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sábado, 26 de diciembre de 2009

EPA




En recordación y homenaje a la otrora gran Revolución Bolchevique de 1917

Hace 92 años se produjo la más importante revolución en el mundo que soñaba con la emancipación de la humanidad. El planeta vibró de entusiasmo en el sentimiento de los muchos, porque se creyó que se abría la página más sublime de la historia de los seres humanos. Atrás, pensaron muchos, había quedado, para el museo de las antigüedades, los recuerdos de la Revolución Burguesa de 1789. Los más importantes y claros dirigentes de la Revolución Bolchevique, con Lenin y Trotsky al frente, pensaron en grande, en lo internacional, en el avance arrollador del proletariado –especialmente- europeo con el de Alemania como vanguardia. El heroísmo de la Revolución se puso de manifiesto derrotando a todos los países imperialistas y a todos los contrarrevolucionarios que intentaron, por la vía de las armas, derrumbarla en pocos meses o años. Temprano marchó Lenin al sepulcro; temprano enviaron al ostracismo a Trotsky; temprano fueron silenciados los soviets y el partido fue convertido en un aparato al servicio de la autocracia; temprano fueron siendo eliminados uno por uno aquellos seres que soñaron con la redención del mundo siguiendo el ejemplo del proletariado ruso; temprano se sentaron las bases para el futuro derrumbamiento de la excelsa Revolución Rusa, de Octubre o Bolchevique. Siete décadas, luego, la Revolución fue calcinada fracturando a la URRS, abriéndole los brazos y aferrándose a ellos la esperanza de emancipación fue vencida por los rigores del capitalismo incrustados en la carne, los huesos y la sangre de la burocracia soviética. Hoy, nueve décadas y dos

Especial de noviembre de 2009

años, ya casi nadie recuerda la grandeza de esa Revolución que intentó tomar todo el Cielo por asalto y darle a la humanidad la capacidad y la potestad de emancipar a todos los explotados y oprimidos en la Tierra.

Mucho se ha escrito y dicho sobre ese histórico fenómeno social. Hoy queremos rendirle un homenaje a ese magno evento, a sus hombres y mujeres, al proletariado de ese tiempo, al partido de esos años y, especialmente, a todos los que cayeron esperanzados que su esfuerzo y sacrificio conduciría al mundo a una nueva formación económico-social de verdadera redención social. En esta oportunidad (salvando los tiempos, los cambios y las realidades) queremos hacer uso de un apéndice dedicado a la famosa y desastrosa teoría conocida como “El socialismo en un solo país”, porque ésta mucho contribuyó al derrumbamiento de la más grandiosa Revolución que haya conocido la humanidad hasta el sol de hoy. Apéndice que fue publicado hace más de seis décadas y que su esencia continúa teniendo vigencia para el estudio de cualquier Revolución que pretenda tener como su horizonte el socialismo.


Que cada lector adapte o desadapte el contenido como le parezca mejor; tome de él lo que considere conveniente y deseche lo demás, no importa. Lo correcto es reflexionar sobre su contenido por lo valioso que posee al servicio de la teoría marxista, de la lucha por el socialismo y la construcción de éste. Es todo.


Trotsky, Lenin y Kamenev

El socialismo en un solo país

“Las tendencias reaccionarias a la autarquía constituyen un reflejo defensivo del capitalismo senil a la tarea con que la historia se enfrenta: liberar a la economía de las cadenas de la propiedad privada y del Estado nacional, y organizarla sobre un plan conjunto en toda la superficie del globo.

La <declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado>, redactada por Lenin y sometida por el Consejo de Comisarios del Pueblo a la sanción de la Asamblea Constituyente en las escasas horas que ésta vivió, definía en los siguientes términos <la tarea esencial> del nuevo régimen: <el establecimiento de una organización socialista de la sociedad y la victoria del socialismo en todos los países>. De manera que el internacionalismo de la revolución fue proclamado en el documento básico del nuevo régimen. Nadie se hubiera atrevido, en ese momento, a plantear el problema en otros términos. En abril de 1924, tres meses después de la muerte de Lenin, Stalin escribía en su compilación sobre Las bases del leninismo: <Bastan los esfuerzos de un país para derribar a la burguesía; la historia de nuestra revolución lo demuestra. La victoria definitiva del socialismo, para la organización de la producción socialista, los esfuerzos de un solo país, sobre todo si es campesino como el nuestro, son ya insuficientes: se necesitan los esfuerzos reunidos del proletariado de varios países avanzados>. Estas líneas no necesitan comentario. Pero la edición en la que figuran ha sido retirada de la circulación. Las grandes derrotas del proletariado europeo y los primeros éxitos, muy modestos a pesar de todo, de la economía soviética, sugirieron a Stalin en el otoño de 1924 que la misión histórica de la burocracia era construir el socialismo en un solo país. Se entabló una discusión alrededor de este problema que pareció escolástico a muchos espíritus superficiales pero que, en realidad, reflejaba la incipiente degeneración de la III Internacional y preparaba el nacimiento de la IV.

El ex comunista Petrov, a quien ya conocemos, actualmente emigrado blanco, relata, según sus propios recuerdos, cuán áspera fue la resistencia de los jóvenes administradores hacia la doctrina que hacía depender a la URRS de la revolución internacional: <¡Cómo! ¿No podemos hacer nosotros mismos la felicidad de nuestro país? Si Marx piensa otra cosa, no importa, no somos marxistas, somos bolcheviques de Rusia>. Al recordar las discusiones de 1923-1926, Petrov añade: <Actualmente, no puedo menos que pensar que la teoría del socialismo en un solo país es una simple invención estalinista>. ¡Exacto! Traducía exactamente el sentimiento de la burocracia que, al hablar de la victoria del socialismo, se refería a su propia victoria.

Para justificar su ruptura con la tradición del internacionalismo marxista, Stalin tuvo la imprudencia de sostener que Marx y Engels habían ignorado… la ley del desarrollo desigual del capitalismo, supuestamente descubierta por Lenin. Esta afirmación debería ocupar el primer lugar en nuestro catálogo de curiosidades intelectuales. La desigualdad del desarrollo marca toda la historia de la humanidad, y más particularmente la del capitalismo. El joven historiador y economista, Solntsev –militante extraordinariamente dotado y de una rara calidad moral, muerto en las prisiones soviéticas perseguido por su adhesión a la Oposición de Izquierda-, escribió en 1926 una excelente nota sobre la ley del desarrollo desigual, tal como se encuentra en la obra de Marx. Naturalmente que este trabajo no pudo publicarse en la URRS. Razones opuestas hicieron que se prohibiera la obra de un socialdemócrata alemán –Vollmar- enterrado y olvidado hace largo tiempo, quien sostuvo, ya en 1878, que un <Estado socialista aislado> era posible –refiriéndose a Alemania, no a Rusia- e invocando la <ley> del desarrollo desigual, que se nos dice era desconocida hasta Lenin.

George H. Vollmar escribía:

<El Socialismo implica relaciones económicamente desarrolladas, y si la cuestión se limitara tan sólo a ellas, el socialismo debería ser más fuerte donde el desarrollo económico es mayor. En realidad, el problema se plantea de otro modo. Inglaterra es indudablemente el país más avanzado desde el punto de vista económico y, sin embargo, el socialismo es allí muy secundario, mientras que en Alemania, país menos desarrollado, se ha transformado en una fuerza tal que la vieja sociedad ya no se siente segurota…>. Vollmar continuaba, después de haber indicado el poder de los factores que determinan los acontecimientos: (…). La hipótesis de una victoria simultánea del socialismo en todos los países civilizados está completamente excluida, lo mismo que la de la imitación por los otros países civilizados del ejemplo del Estado que se haya dado una organización socialista (…). Así llegaremos al Estado socialista aislado que espero haber probado que, si no la única posibilidad, al menos la más probable>. Esta obra, escrita cuando Lenin tenía ocho años, da una interpretación de la ley del desarrollo desigual mucho más justa que las de los epígonos soviéticos a partir de 1924. Notemos que Vollmar, teórico de segunda categoría, no hacía más que comentar las ideas de Engels, a quien, se nos ha dicho, la ley del desarrollo desigual le era desconocida.

El > ha pasado desde hace largo tiempo del dominio de la hipótesis al de la realidad, no en Alemania, sino en Rusia. El hecho de su aislamiento expresa precisamente el poder relativo del capitalismo mundial y la debilidad relativa del socialismo. Entre el Estado aislado y la sociedad socialista, desembarazada para siempre del Estado, queda por franquear una gran distancia que corresponde justamente al camino de la revolución internacional.

Beatrice y Sydney Webb nos aseguran, por su parte, que Marx y Engels no creyeron en la posibilidad de una sociedad socialista aislada, por la simple razón de que (neither Marx nor Engels had ever dreamed) instrumento tan poderoso como el monopolio del comercio exterior. No se pueden leer estas líneas sin embarazo por personas de edad tan avanzadas. La nacionalización de los bancos y de las sociedades mercantiles, de los ferrocarriles y de la flota mercante, es tan indispensable para la revolución social como la nacionalización de los medios de producción, incluyendo las industrias de la exportación. El monopolio del comercio exterior no hace más que concentrar en manos del Estado los medios materiales de la importación y la exportación. Decir que Marx y Engels nunca pensaron en ello, es decir que no pensaron en la revolución socialista. Para colmo de desdichas, el monopolio del comercio exterior es, para Vollmar, uno de los recursos más importantes del . Marx y Engels hubieran podido aprender el secreto en este autor, si él no lo hubiera aprendido de ello.

La del socialismo en un solo país, que Stalin no expone ni justifica en ninguna parte, se reduce a la concepción, extraña a la historia y más bien estéril, de que las riquezas naturales permiten que la URRS construya el socialismo dentro de sus fronteras geográficas. Se podría afirmar, igualmente, que el socialismo vencería si la población del globo fuese dos veces menor de lo que es. En realidad, la nueva teoría trataba de imponer a la conciencia social un sistema de ideas más concreto: la revolución ha terminado definitivamente; las contradicciones sociales tendrán que atenuarse progresivamente; el campesino rico será asimilado poco a poco por el socialismo; el conjunto de la evolución, independiente de los acontecimientos exteriores, seguirá siendo regular y pacífico. Bujarin, intentando dar algún tipo de fundamento a la teoría, declaró que estaba probado contra toda duda que <las diferencias de clase en nuestro país o la técnica atrasada no nos conducirán al fracaso; podemos construir el socialismo aun en este terreno de miseria técnica; su crecimiento será muy lento, avanzaremos a paso de tortuga pero construiremos el socialismo y lo terminaremos…>. Subrayemos esta fórmula: <Construir el socialismo sobre una base de técnica miserable> y recordemos una vez más la genial intuición del joven Marx: con una base técnica débil <sólo se socializa la necesidad, y la penuria provocará necesariamente competencias por los artículos necesarios que harán que se regrese al antiguo caos>.

En abril de 1926, la Oposición de Izquierda propuso a una asamblea plenaria del Comité Central la siguiente enmienda a la teoría del paso de tortuga: <Sería radicalmente erróneo creer que se puede ir hacia el socialismo a una velocidad arbitrariamente decidida cuando se está rodeado por el capitalismo. El progreso hacia el socialismo sólo estará asegurado cuando la distancia que separa a nuestra industria de la industria capitalista avanzada (…) disminuya evidente y concretamente, en lugar de aumentar>. Con mucha razón, Stalin consideró esta enmienda como un ataque <enmascarado> contra la teoría del socialismo en un solo país y rehusó categóricamente relacionar la velocidad de la edificación con las condiciones internacionales. La versión estenográfica da su respuesta en los siguientes términos: <El que haga intervenir en este caso el factor internacional, no comprende cómo se plantea el problema y embrolla todas las nociones, sea por incomprensión, sea por deseo consciente de sembrar la confusión>. La enmienda de la Oposición fue rechazada.

La ilusión de un socialismo que se construye suavemente –a paso de tortuga- sobre una base de miseria, rodeado por enemigos poderosos, no resistió largo tiempo los golpes de la crítica. En noviembre del mismo año, la XV Conferencia del partido reconoció, sin la menor preparación en la prensa, que era necesario <alcanzar en un plazo histórico relativamente (?) mínimo, y sobrepasar, enseguida, el nivel de desarrollo industrial de los países capitalistas avanzados>. La Oposición de Izquierda fue, en todo caso, <sobrepasada>. Pero aunque dieran la orden de <alcanzar y sobrepasar> al mundo entero en un <plazo relativamente mínimo>, los teóricos que la víspera preconizaban la lentitud de la tortuga, eran prisioneros del <factor internacional> tan temido por la burocracia. Y la primera versión de la teoría estalinista, la más clara, fue liquidada en ocho meses.

El socialismo tendrá que <sobrepasar> ineludiblemente al capitalismo en todos los dominios, escribía la Oposición en un documento repartido ilegalmente en marzo de 1927, <pero en este momento no se trata de las relaciones del socialismo con el capitalismo en general, sino del desarrollo económico de la URRS con relación al de Alemania, de Inglaterra, de los Estados Unidos. ¿Qué hay que entender por un plazo histórico mínimo? Quedaremos lejos del nivel de los países capitalistas avanzados durante los próximos períodos quinquenales. ¿Qué sucederá en este tiempo en el mundo capitalista? Si admitimos que pueda disfrutar de un nuevo período de prosperidad que dure algunas decenas de años, hablar del socialismo en nuestro atrasado país será una triste necesidad; tendremos que reconocer que nos engañamos al considerar nuestra época como la de la putrefacción del capitalismo. En este caso, la república de los soviets será la segunda experiencia de la dictadura del proletariado, más larga y más fecunda que la de la Comuna de París, pero al fin y al cabo una simple experiencia(…) ¿Tendremos razones serias para revisar tan resueltamente los valores de nuestra época y el sentido de la revolución internacional? No. Al concluir su período de reconstrucción (después de la guerra), los países capitalistas vuelven a encontrarse con todas sus antiguas contradicciones interiores e internacionales, pero aumentadas y agravadísimas. Esta es la base de la revolución proletaria. Es un hecho que estamos construyendo el socialismo. Pero como el todo es mayor que la parte, también es un hecho no menos cierto, pero mayor, que la revolución se prepara en Europa y en el mundo. La parte sólo podrá vencer con el todo (…).

<El proletariado europeo necesita un tiempo mucho menos largo para tomar el poder que el que nosotros necesitamos para superar, desde el punto de vista técnico, a Europa y América… Mientras tanto, tenemos que aminorar sistemáticamente la diferencia entre el rendimiento del trabajo en nuestro país y el de los otros. Cuanto más progresemos, estaremos menos amenazados por la posible intervención de los bajos precios y, en consecuencia, por la intervención armada (…). Cuanto más mejoremos las condiciones de la existencia de los obreros y de los campesinos, con mayor seguridad precipitaremos la revolución en Europa, más rápidamente esta revolución nos enriquecerá con la técnica mundial y más segura y completa será nuestra edificación socialista como una parte de la construcción de Europa y del mundo>. Este documento, como muchos otros, quedó sin respuesta, a menos que se hayan considerado como tal las exclusiones del partido y los arrestos.

La ley del desarrollo desigual tuvo por resultado que la contradicción entre la técnica y las relaciones de propiedad del capitalismo provocara la ruptura de la cadena mundial en su eslabón más débil. El atrasado capitalismo ruso fue el primero que pagó las insuficiencias del capitalismo mundial. La ley del desarrollo desigual se une, a través de la historia, con la del desarrollo combinado. El derrumbe de la burguesía en Rusia provocó la dictadura del proletariado, es decir, que un país atrasado diera un salto hacia adelante con relación a los países avanzados. El establecimiento de las formas socialistas de la propiedad en un país atrasado tropezó con una técnica y una cultura demasiado débiles. Nacida de la contradicción entre las fuerzas productivas mundiales altamente desarrolladas y la propiedad capitalista, la Revolución de Octubre engendró a su vez contradicciones entre las fuerzas productivas nacionales, demasiado insuficientes, y la propiedad socialista.

Es verdad que el aislamiento de la URRS no tuvo las graves consecuencias que eran de tenerse: el mundo capitalista estaba demasiado desorganizado y paralizado para manifestar todo su poder potencial. La <tregua> ha sido más larga de lo que el optimismo crítico hacía esperar. Pero el aislamiento y la imposibilidad de aprovechar los recursos del mercado mundial aun cuando fuese sobre bases capitalistas (ya que el comercio exterior había caído a una cuarta o quinta parte de lo que era en 1931), no sólo obligaban a hacer enormes gastos en la defensa nacional, sino que provocaban uno de los más desventajosos repartos de las fuerzas productivas y un lento crecimiento del nivel de vida de las masas. Sin embargo, la plaga burocrática ha sido el producto más nefasto del aislamiento.

Las normas políticas y jurídicas establecidas por la revolución ejercen, por una parte, una influencia favorable sobre la economía atrasada y sufren, por otra, la acción deprimente de un medio atrasado. Cuanto más largo sea el tiempo que la URRS permanezca rodeada por un medio capitalista, más profunda será la degeneración de los tejidos sociales. Un aislamiento indefinido provocaría infaliblemente no el establecimiento de un comunismo nacional, sino la restauración del capitalismo.

Si la burguesía no puede dejarse asimilar pacíficamente por la democracia socialista, el Estado socialista, por su parte, tampoco puede fusionarse pacíficamente con un sistema capitalista mundial. El desarrollo socialista pacífico de <un solo país> no está en el orden del día de la historia; una larga serie de trastornos mundiales se anuncia: guerras y revoluciones. En la vida interior de la URRS también se anuncian tempestades inevitables. En su lucha por la economía planificada, la burocracia ha tenido que expropiar al kulak; en su lucha por el socialismo, la clase obrera tendrá que expropiar a la burocracia sobre cuya tumba podrá escribir este epitafio: <Aquí yace la teoría del socialismo en un solo país>” Autor: (León Trotsky)

En memoria de la Revolución de Octubre

Cuando se acercó la primera aurora del año 2001, casi nadie recordaba, para bien, aquella epopeya cristalizada por una legión de más o menos treinta mil hombres y mujeres que tomaron el poder político, en la Rusia burguesa que seguía teniendo sus raíces del zarismo, una madrugada del 24 de octubre de 1917 y que luego, pasó a conmemorarse en el mes de noviembre. Casi de manera silenciosa como si fuera la emboscada más perfecta y sin ninguna ansia de sangre, los bolcheviques y los obreros y los soldados encendidos de espíritu revolucionario ocuparon sin gastar balas las instituciones fundamentales del Estado ruso. Los obreros (proletarios del capitalismo) y al frente el Partido Bolchevique, con Vladimir Lenin como su principal ideólogo y para el momento clandestino y León Trotsky a la cabeza de los soviets, cumplieron a cabalidad la histórica y gloriosa jornada insurreccional que los llevó a implantar la primera y más genuina dictadura del proletariado en el mundo.

Un largo, penoso y complejo periodo de intensas luchas y sacrificios habían padecido los obreros, los campesinos, los verdaderos demócratas y revolucionarios rusos bajo la autocracia de los zares. En febrero de 1917, se había producido la revolución burguesa. Kerensky era el ídolo de la burguesía y los partidos comprometidos con los tuétanos del régimen capitalista. Ocho meses bastaron para que las condiciones objetivas y subjetivas se armonizaran en una perfecta relación dialéctica, y pudieran los obreros, campesinos, militares inconformes y los revolucionarios, crear esa fuerza que se hace invencible cuando se dispone darlo todo por el triunfo de la causa de la justicia y la libertad.

Alemania había tomado la iniciativa en desatar la conocida Primera Guerra Mundial. Las necesidades económicas del imperialismo exigían reparto, dominio y saqueo de las riquezas del mundo. Marx y Engels, desde mitad del siglo XIX, habían legado para el proletariado la doctrina más científica, dialéctica y revolucionaria que los dotaba de teoría para la lucha de clases. El viejo sabio Marx se había dormido para siempre creyendo que la revolución proletaria primero se haría en los tres países capitalistas más avanzados de Europa (Alemania, Francia e Inglaterra) y, posteriormente, recorrería el mundo entero a pasos de vencedor. La revolución proletaria, como toma del poder político, se produjo, por el contrario, en la nación más atrasada del capitalismo europeo y el proceso de transición del capitalismo al socialismo sería más sangriento y complejo: Rusia.

En medio de un cerco de guerra imperialista comenzó el periodo de gateo de la revolución. Un <comunismo de guerra> se hizo necesario. Forzar u obligar, por el imperio de la necesidad, a los obreros a realizar cuotas de sacrificio y dar su sangre esperanzados en un futuro digno para su existencia se constituyó en la piedra angular de la revolución en sus primeros años. El imperialismo, unificado por sus profundos lazos de expoliación y saqueo, hizo todo cuanto pudo para que la revolución proletaria se derrumbara en el plazo más corto posible.

La resistencia victoriosa de la Revolución de Octubre, Rusa o Bolchevique como se le identificó, trajo un periodo de calma en que las fuerzas imperialistas optaron por un repliegue y buscar otros mecanismos de contrarrevolución. Así se fue haciendo, unificados muchos pueblos o regiones, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas una potencia capaz de disputarse la supremacía del globo con el campo capitalista imperialista.

La burocracia, ya desaparecida la legión de los mejores bolcheviques, fue extendiendo sus tentáculos y abarcando todos los espacios de la revolución. Se fue haciendo termidoriana dando triunfo a las fuerzas del cesarismo. El poder no era del proletariado sino de la autocracia. La democracia se reducía a los círculos más allegados y serviles a la cúpula de un Buró Político y un Secretario General que todo lo pensaban y todo lo decidían inconsultamente. La casta burocrática se armó de todo el poder y despojó a los soviets de sus instrumentos de fuerza para que se extinguieran en perjuicio del proceso revolucionario. El stalinismo se hizo <doctrina> y sometió a la hoguera las verdaderas expresiones del pensamiento social revolucionario. El socialismo se medía por el tipo de carro en que se desplazaban los miembros del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética. Todo indicaba la fracturación, en muchos pedazos, de la clase obrera que vivía en denigrante condiciones socioeconómicas con respecto a la casta burocrática que se hizo dueña del poder y de la mayor parte de la riqueza en la distribución.

El <socialismo> de la Unión Soviética, lo juraban los termidorianos stalinistas y sus embajadores de la mentira repartidos por el mundo entero, avanzaba tan seguro y arrollador que se puso de moda la teoría del <desarrollo del socialismo en un solo país>. Así la revolución, pensada y actuada a la manera stalinista, se olvidaba que la economía es mundial y que el capitalismo globaliza la miseria y el dolor mientras desglobaliza la riqueza y el privilegia, aunque no lo quieran las conciencias de los comunistas. La Unión Soviética nunca pudo demostrar que había sobrepasado los niveles fundamentales del desarrollo del capitalismo altamente desarrollado. Su mundo seguía siendo un proceso transicional donde los elementos del capitalismo resistían victoriosamente en su lucha contra los socialistas.

La Segunda Guerra Mundial trajo un gran respiro a la Unión Soviética porque pudo exportar la revolución con toda su metodología stalinista de pensar y de actuar. El mundo quedó prácticamente dividido en dos polos. Guerras calientes y guerras frías se disputaban la supremacía del planeta y de los espacios exteriores. El socialismo, como régimen profundamente humano de vida y de la solidaridad, no cristalizaba. Lo habían desvirtuado y degenerado casi por completo. La autocracia se nutre de una burocracia y una fuerza que debe legitimar el silencio y la sumisión para que nada le obstruya y se oponga. Nada tiene que ver esas cosas con el socialismo. Este es emancipación del hombre y la mujer y no despotismo para gobernarlos.

Un pueblo amordazado siempre es inconforme aunque mucho se invierta en el silencio. Los pilares que sustentan una autocracia se van roturando por las torpezas propias de su entraña. Los desaciertos se acumulan y se dividen buscándole culpables y las ansias de libertad se van multiplicando. La Unión Soviética demostró que su régimen no era socialista sino un termidor burocrático que se apropiaba del trabajo de los proletarios que sí soñaban con hacer real su comunismo humanitario pero carecían de poder y de recursos. El capitalismo imperialista esperaba la vuelta de la Unión Soviética, fracturada, con sus brazos abiertos. El muro de Berlín era una vergüenza y una semblanza de opresión y no de libertad.

Se hizo grito de libertad el largo silencio de opresión. Se derrumbó el muro de Berlín. La perestroika y el glasnov se hicieron llaves para abrir los candados de las rejas que aprisionaban el alma de millones de hombres y mujeres que clamaban por libertad. Así hizo la autocracia stalinista que volviera el capitalismo a ofrecer lo que nunca puede cumplir pero que el <socialismo en un solo país> jamás pudo demostrar como bien común. Así también nació un tiempo en que se unieron ideólogos de distintas tendencias para comulgar con las mismas consignas de aseveraciones: , y .

Entramos ya al tercer milenio cargando un mundo globalizado que camina sin piedad incrementando la miseria social, expoliando irracionalmente las riquezas, premiando la desigualdad que privilegia a la minoría y castiga a la mayoría, haciendo del hombre un lobo contra el hombre, mutilando largos y costosos sueños de redención para que unos pocos gobiernen y disfruten la vida en detrimento de muchos que sólo a duras penas sobreviven. En ese mundo, ahora más que nunca y escribimos para los adultos, en nombre de todos los niños empobrecidos del planeta, es cuando cobra mayor vigencia el arma espiritual del marxismo y la esperanza material del socialismo. Sólo este régimen puede hacernos flotar victoriosos para alcanzar una cultura universal que nos emancipe de todo sistema de injusticias y desigualdades sociales.

La otrora y derrumbada Revolución Rusa, aun cuando sirve de ejemplo para que galopen con aparentes triunfos los capitalistas actuales dueños del mundo, también ha dejado una secuela de signos que nos iluminan que la evolución y sus saltos históricos nos prometen un destino de emancipación social. Toda época exige sus costosos esfuerzos y sacrificios. Los que hoy vivimos este mundo donde impera el irracionalismo, la explotación y la opresión del hombre por el hombre, tenemos la obligación de pagar nuestra cuota de lucha para que el porvenir llegue al punto de dignidad en que todos los huertos serán floridos y la felicidad humana se extenderá invencible por todos los ámbitos del planeta. El pensamiento y la obra genuinos de la otrora y derrumbada Revolución Rusa, Bolchevique o de Octubre siguen andando. Su cadáver, incinerado por el stalinismo y el imperialismo, no pudo evitar que se expandieran esas partes de las cenizas que recogieron y simbolizan la esencia de aquellos obreros, campesinos, hombres y mujeres (como Lenin, Sverlov, Trotsky, Rosa Luxemburgo y tantos otros), que desde el fondo de su alma brotaron las esperanzas de redención para que el mundo entero se emancipara y reinara el imperio de la libertad sobre el imperio de las necesidades.

Necesitamos un poco de Hu Shi

Vivimos un período interesante e intenso de nuestra historia en que por vez primera se producen grandes batallas públicas en el campo de las ideas haciendo valer los derechos a la libertad de palabra y de pensamiento, sin que los gendarmes que persiguen la literatura marxista tengan a su disposición un tribunal de la Inquisición que condene, por adherencia a la rebelión u ofensa al sagrado principio ideológico del burgués pensar y decidir por los pobres, a los participantes de las mismas.

Todo proceso revolucionario está obligado a prestar atención al lenguaje de las masas sin que tenga por deber asumir el del nivel más bajo como la bandera de sus discursos. Está demostrado que el pueblo hace conciencia desde fuera como desde dentro. Y que en situación revolucionaria nadie asimila como él la esencia más revolucionaria del ideal que le sirve de bandera ideológica para su lucha por los objetivos que le liberan de sus explotadores y opresores. Aquel intelectual que cree que mucho enseña al pueblo y que éste nada tiene que enseñarle, termina ahogándose en sus propias inconsistencias. Grandes y valiosos intelectuales del marxismo, como Plejanov y Kautsky, terminaron dando la espalda a la necesidad histórica porque jamás quisieron confundirse con las masas en las luchas por la revolución.

El lenguaje es fundamental para el entendimiento humano y, especialmente, en el campo de la política o de la ideología. Marx decía que cuando la teoría prende en la conciencia de las masas se hace práctica social. Lenin decía que sin teoría revolucionaria no existe movimiento revolucionario. Los intelectuales que pretendan crear conciencia en las masas agarrándose exclusivamente del academicismo en la enseñanza, siempre se encontrarán con un muro inexpugnable y las palabras se pierden entre las alas del viento que en ese momento pase aunque sea rozando las cabezas de todos los instructores de la teoría. Las masas no disponen del tiempo que utilizan los intelectuales para el estudio, la investigación y la reflexión de los hechos ni de las ciencias. Pero en verdad las ideas influyen en los procesos aunque no los determinen. De allí la importancia de la ideología o de la conciencia formada. Para éstas es imprescindible tomar en cuenta el lenguaje con que se expresan las masas y que no tiene parecido con el propio de las ciencias. Si un intelectual escribe sus libros, inspirado en que sea leído y estudiado por las masas para crearle conciencia, sólo tomando en consideración su propio lenguaje científico y sin tomar en cuenta el lenguaje en que habla la mayoría del pueblo, resulta un trabajo baldío, una obra mutilada desde su inicio y no se llegará a la esencia del propósito. Precisamente la burguesía sabe que es en filosofía donde el proletariado resulta más débil para su formación, porque la terminología viene siendo como un kilómetro de estopa que la clase obrera en su conjunto no se ocupará, por muchas razones, de desenredar en el capitalismo.

El proceso bolivariano, prometiendo el socialismo como alternativa frente al capitalismo, debe ir acompañado también de un proceso nuevo de literatura que en una importante medida se fundamente en el espíritu de Hu Shi; es decir, que las obras se escriban en la lengua que hable y entienda el pueblo (sin uso del vulgarismo chabacano) y no en la lengua que hasta ahora han escrito los intelectuales de la filosofía. La conocida “revolución literaria” en China, comenzando el año en que se producen dos revoluciones en Rusia -1917-, la propició Hu Shi al solicitar que se empleara la lengua baihua (la comprendida por el pueblo) y no la lengua escrita (wenyan) (utilizada por los letrados), de manera que las obras literarias se hicieran accesibles a todos, y, además, estuvieran ligadas de modo mucho más directo a la vida del pueblo.

No se trata de eliminar el carácter científico de la literatura, ni menos de buscarle sinónimos que descalifiquen la esencia de su contenido. Se trata de aplicar un estilo mucho más simple, claro y substancial que le imprima popularidad, que un elevado porcentaje del pueblo sea capaz de entenderlo y, además, que motive a éste para la lectura.


¡¡¡Sin justicia social, la paz será siempre una utopía!!!



viernes, 16 de enero de 2009



Primera Edición de enero de 2009.


El epa felicita al pueblo cubano -en general- y a su máximo líder (el camarada Fidel Castro) –en lo particular- por el cumplimiento del Cincuenta aniversario de la Revolución

De la Revolución Cubana son muchos los aspectos que se pueden destacar, porque son reconocidos por amigos y enemigos y, además, lo que está a poca distancia de los ojos no necesita de lupa para distinguirlo tal como es el hecho en sí mismo. Sin embargo, al conmemorarse cincuenta años o medio siglo de esa importantísima gesta histórica americana –en lo particular- y mundial –en lo general- es digno resaltar el heroísmo de un pueblo para luchar y sobreponerse –generalmente- con éxito a múltiples y difíciles avatares no tanto de factores internos sino externos, que han buscado –por diversos medios- lograr el derrumbe de la Revolución para que Cuba se convierta, una vez más, en un satélite pornográfico del imperialismo estadounidense.
El intervencionismo imperialista en los asuntos internos de Cuba, desde antes y después de Bahía de Cochinos; los muchos atentados a su máximo líder (el camarada Fidel Castro); el bloqueo económico imperialista con el objetivo de crear crisis de hambre y sed en la sociedad cubana; el cerco de naciones (OEA –salvo México-) durante décadas en complot con las políticas imperialistas para generar situaciones políticas propicias para el derrocamiento del poder revolucionario; la caída de la Unión Soviética y el campo socialista de Oriente y otros elementos, que han sido superados por la Revolución, significan no sólo la inmensa fuerza de convicción revolucionaria de un pueblo, sino también la capacidad de heroísmo con que han sabido enfrentar las peores vicisitudes sin dejar resquebrajar los fundamentos de la Revolución. Eso es en sí una grandeza histórica digna de merecerle el más sublime reconocimiento al glorioso pueblo cubano.
Por ello, entre otras cosas, el epa se solidariza con todas y cada una de las festividades que en el mundo se han realizado y –de seguro- se continuará programando para celebrar el medio siglo de existencia de la más importante Revolución que se haya producido en el seno del continente americano.
Consejo Consultivo


¿Cómo serán las próximas dictaduras en América Latina?

Hay fenómenos que escapan a la lógica política o, algunas veces, no es mucho lo que se hace por prevenirlos o entenderlos. Y cuando se producen agarran a todo o casi todo el mundo por sorpresa y, especialmente, a los que nunca quisieron ni siquiera imaginárselos, lo cual obliga a tener que bandearse de un lado a otro –como el trapecista- tratando de salir con vida de la tormenta. Nadie o que se sepa, por ejemplo, previó entrada la década de los noventa del siglo XX que un grupo de militares, incursionando en la política bajo la protección de los uniformes, iba a bajar un telón y subir otro que despertaría, a favor y no en contra de los pueblos, inquietudes que venían desde lustros atrás dormidas en un letargo de conformismo social.
El capitalismo está crisis pero eso no quiere decir que esa crisis lo conduzca irremediablemente al colapso total. Ningún régimen de producción que se sustente en la explotación del hombre por el hombre y que tenga por principio sagrado a la propiedad privada sobre los medios de producción puede escapar a las crisis, a la depresión crónica, al déficit agobiante, a su propia desaparición o muerte. ¿O es que acaso todo lo que nace no es digno que muera como lo dijo Goethe? Hace más de un siglo y seis décadas Inglaterra vivió una crisis que parecía sólo concluir por medio de la fuerza a favor de la revolución proletaria. No fue así e Inglaterra sigue teniendo su reina que representa su “estética” y la necesidad que tiene la monarquía capitalista de un tumultuoso séquito de sirvientes domésticos, y, además, su primer ministro que la representa políticamente ante el resto del mundo anunciando siempre la voracidad expansionista del imperialismo.
La crisis puede compararse con una huelga general. Si los obreros, luego de declarada la huelga, se instalan en las empresas o fábricas a esperar que los dueños de las mismas –por cansancio o por hambre- terminen negociando y aceptando el petitorio de los huelguistas, es prácticamente seguro que sean éstos quienes terminen por cansarse, pasar hambre y ceder al ofrecimiento mínimo de los señores capitalistas. Una huelga, si se pretende derrocar a un determinado régimen, debe pasar a la ofensiva más allá de las fronteras de las fábricas; deben los obreros tomar las calles, los barrios, las escuelas, las universidades, todos los espacios públicos, ir donde estén las masas, lograr que éstas se impliquen en la lucha, fracturar y ganarse una parte del ejército del sistema, que el partido político se ponga al frente como vanguardia, que la huelga termine por transformarse en una insurrección o una rebelión. Pero para esto se necesita, primera condición, que el proletariado se gane para tan significativa acción y que execre de su lucha las reivindicaciones temporales por la principal: toma del poder político. En el caso de Inglaterra, refiriéndonos a la crisis antes señalada, el proletariado inglés –por lo menos una importantísima parte- marchaba detrás de la cola del partido liberal, y éste no era precisamente ningún partido político de vanguardia de la clase obrera sino, más bien, de los fabricantes. No había oportunidad que esa crisis terminara en una revolución contra el capitalismo.
Cada cierto –más corto que largo- tiempo el capitalismo cojea en crisis, pero no termina de caerse porque el mismo proletariado le construye las muletas para que se recupere de su dolor; cada cierto tiempo la crisis hace tambalear al capitalismo, pero el proletariado le fabrica las barandas para que se sostenga y no caiga en el abismo; cada cierto tiempo la crisis hace que el capitalismo lance patadas de ahogado, pero el proletariado le lanza la soga que lo rescata sacándolo a la orilla; cada cierto tiempo el capitalismo entra en un cerco ardiente de fuego, pero el proletariado le sirve de bombero para apagárselo. Unas cuantas veces, cuando las crisis piden a gritos soluciones de fuerza, la revolución a nivel mundial –más por culpa del proletariado que de otra cosa- se ha quedado dormida detrás de los sacudones. Crea más expectativa, hasta ahora, el destino dramático de una bolsa de valores que el inmenso cráter donde cae la mitad del cuerpo capitalista. Y en vez de empujarlo para que se hunda completo y ponerle una lápida con una inscripción nomás (“al fin el mundo feliz y al derecho”), el proletariado le pone una escalera para que vuelva a subir a la superficie y continúe arriando con sus atrocidades en perjuicio de la mayoría de la humanidad. Si el proletariado –en este caso de las naciones imperialistas- no quiere entender su papel histórico, no es culpa de Marx ni del marxismo sino del mismo proletariado. ¿Será que hace falta llegue ese día en que la clase obrera de las naciones imperialistas, incluyendo a esa casta aristocrática que perderá prebendas, entren en una situación de miseria tan semejante al proletariado de ese mundo que llaman subdesarrollado o atrasado para que se decida por la revolución? Marx no está vivo para responder a esa interrogante, y sólo el proletariado tiene potestad de respuesta. Lo que sí dijo el padre del marxismo es que precisamente en tiempo de crisis revolucionaria es cuando conjuran temerosos, contra los vivos que se proponen revolucionarse y revolucionar las cosas, “… en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal…” Y cita como ejemplos: a Lutero disfrazado de apóstol Pablo, a la revolución de 1789-1814 vestida de alternativamente con el ropaje de la República Romana y del Imperio Romano, y a la revolución de 1848 como parodiar aquí al 1789 y allá la tradición revolucionaria de 1793 a 1795.
Las crisis actuales del capitalismo, como la que se ha manifestado en Estados Unidos en estos primeros días del último trimestre del año 2008, no hace más que poner en evidencia que la dirección histórica del mundo debe pasar a manos del proletariado, única clase que lleva en su entraña la condición de posesionarse de las fuerzas productivas que escapan a las manos de la burguesía y llevarlas por el mundo sin fronteras para que cada integrante del planeta participe en la producción, en la distribución y en la administración de las riquezas sociales, por una parte, y, por la otra, facilite el nuevo desarrollo de las fuerzas productivas, acreciente su rendimiento garantizándole a la humanidad –en general- y a la persona –en lo particular- la satisfacción de todas sus necesidades razonables, como lo decía Engels. El proletariado tiene la palabra y también la acción. Nadie, por mucho poder “sobrenatural” o “milagroso” que tenga, podrá hacer lo que sólo al proletariado está permitido hacer. Esto no significa que quien no sea proletario deje de luchar por la revolución. No, más bien es su deber luchar, pero la producción como el mejor escenario de la lucha de clases pertenece al proletariado y no a un maestro o un alumno de un aula de escuela, aunque éstos jueguen un papel importante en lucha política.
Las grandes crisis del capitalismo si no concluyen en estallido revolucionarios, si el proletariado no se decide a cumplir con su papel de redentor de la humanidad, suelen ocasionar serios trastornos sociales en aquellas naciones –esencialmente- del campo subdesarrollado, en ese contexto en que el control y manejo de fuerzas productivas depende de los dictámenes o técnicos o científicos del capitalismo altamente desarrollado. Mientras este campo perdure y siga manteniendo la hegemonía del mercado mundial, gozando de influencia política en estados o gobiernos que obedecen a los designios del imperialismo, dominando el control y saqueo de materias primas de otros países, las crisis pueden estar a la vuelta de la esquina, pero de allí a la revolución –esa que le echa el guante al poder político- existe un trecho que no lo decide la objetividad, sino el elemento subjetivo, ese que se caracteriza por la existencia de un verdadero partido político de vanguardia clasista, de una parte importante del proletariado capaz de rebelarse para llevar su lucha hasta las últimas consecuencias y, además, de un sentido consciente de solidaridad internacionalista que vulnere cimientos imperialistas en muchas regiones del mundo al mismo tiempo. Una o dos o hasta diez grandes bolsas de valores pueden temblar y cerrar sus lujosas oficinas por unos días; unos bancos pueden declararse en ruina y robarse el dinero de los ahorristas; unas cuantas fábricas de alimentos pueden alegar haber entrado en quiebra y clausurar sus portones. Eso refleja una crisis, pero si los ahorristas, si los trabajadores, si los consumidores no hacen nada por darle la vuelta a la tortilla y se deciden por esperar que sea el mismo capitalismo quien le busque solución a la gravedad de su mal, éste continuará de una u otra forma pero no caerá el capitalismo en el foso de la muerte eterna. Mejor dicho: estamos en el tiempo en que las crisis del capitalismo exigen que el factor subjetivo haga explosión para que se pueda romper la cadena que mantiene a casi toda la humanidad prisionera de las atrocidades de ese último régimen de explotación y opresión del hombre por el hombre o de unas clases por otras, que ya se encuentra en su fase más dantesca y más diabólica.
Existen dos regiones en el planeta que tienen una importancia capital para las naciones imperialistas y, especialmente, para palear las profundas crisis que las ponen al borde del jaque mate. Son: el Medio Oriente y América Latina. Demás está explicar las riquezas energéticas que poseen en sus senos. Claro, en el caso de América Latina existe una desventaja en relación con el Medio Oriente, y es que está mucho más cerca de Estados Unidos que de Europa, pero en el mundo árabe existen más gobiernos de resignación oprobiosa al imperialismo que en Latinoamérica en este momento histórico de comienzo del siglo XXI. Por esas dos regiones caerán los imperialistas con todos los yerros. Irak es el inicio y no el final. Las naciones imperialistas, por muchas contradicciones que tengan entre sí por la voracidad de sus ansias de dominación del mundo, procurarán entonarse en armonía a la hora en que una crisis las envuelva con la misma dimensión de destrucción con que ataca un huracán las costas de México y de Estados Unidos. Es el destino final que se juegan si se presentan fracturados y matándose entre sí. Lo mismo vale para las naciones del Medio Oriente y de América Latina si pretenden no caer en las garras de la depredación final con que los imperialismos se jugarán su última carta en la puerta de la sala de terapia intensiva.
Para eso requerirán de cambios en el timón político estatal en todo el Medio Oriente y en toda América Latina. Necesitan de gobiernos con una capacidad de servilismo que vaya más allá de la raya de la más repugnante resignación esclavista a favor del imperialismo y en contra de sus pueblos nacionales o, mejor dicho, de bonapartismo químicamente puro, ese que se gemela con lo que fue Pilsudski en la Polonia de la segunda mitad de la década de los veinte y primera de los treinta del siglo XX; más allá de Pinochet pero un poquito, sólo un poquito, más acá de lo que fue el falangismo de Franco en España durante varias décadas del siglo XX; de lo que fue el fascismo de Mussolini en Italia desde los años veinte hasta comienzo de los cuarenta del siglo XX; y de lo que fue el nazismo de Hitler en Alemania de los años treinta y parte de los cuarenta del siglo XX. No habrá ni falangismo, ni fascismo ni nazismo destilados en la pureza del racismo, pero sí unas cuantas o muchas noches de cuchillos bien largos y filosos.
Poco le va a importar al imperialismo en crisis crónica y de terapia intensiva que el gobierno epígono lo encabece un general o un civil. Lo que importa es que se ajuste –con exactitud asombrosa- a la medida del traje de fiel y perverso guardián de los supremos intereses económicos de los expoliadores, de los saqueadores, de las aves de rapiña, de los hombres-lobos. Que los pueblos vean a su mandatario como un “superhombre”, pero no al estilo de Zaratustra de Nietzsche, sino más parecido al del Mein Kampf de Hitler; que no crea ni en partidos parlamentarios ni en movimientos de masas, sino en la mera burocracia militar, policial y estatal de derecha; es decir, en el mando de un Luis Bonaparte o de un Fouché. Habrá, sin duda, desesperación de los sectores pequeño burgueses, pero la angustia mayor, la exasperante será la de la oligarquía imperialista que intentará arrastrar consigo al abismo a una buena parte importante de la humanidad. No será el antisemitismo la suprema palabra del odio político e ideológico visceral del bonapartismo imperialista, sino el anticomunismo; no se clonará a una sociedad para que existan puros seres humanos de cabellos rubios y ojos azules, porque eso significaría quedarse el capitalismo salvaje sin esclavos; el inglés –en el caso de América Latina- será el idioma oficial y toda palabra en español o en indígena, en árabe, en ruso, en chino o en portugués será tenida como prueba jurídica o confesión de una conspiración comunista contra el imperialismo estadounidense; el libro Mein Kampf, con derecho de autor garantizado para el Estado imperialista y restituyéndole las referencias a la cristiandad que han sido sustituidas por el neopaganismo, circulará libre y legalmente por vastas regiones del mundo, mientras la Biblia y el Manifiesto Comunista serán un suficiente indicio para la pena de muerte de quien los porte. Ese macabro, cruel y dantesco cuadro lo vivará América Latina si el proletariado continúa retardando la revolución socialista o, por lo menos, la transición del capitalismo al socialismo desde México hasta la Argentina o en el Medio Oriente desde Marruecos hasta Omán. Una nueva crisis imperialista, una depresión con paro creciente, hambruna masiva, descontento de pueblo y con algunas sacudidas interiores de rebeldía, de no triunfar la revolución proletaria en las naciones altamente desarrolladas del capitalismo, se puede generar una ola de lo que el nazismo incorporó a su lenguaje político militarista: el concepto del “Blitzkrieg”, es decir, guerra relámpaga contra todo lo que considere es un estorbo a su designio de dominación absoluta del mundo. ¡Ojalá –quiera Dios diría un cristiano o quiera Marx diría un comunista- el proletariado sin fronteras nos salve de semejante cuadro de horror y muerte!

Sus Eminencias: Presidente y Demás Miembros
Conferencia Episcopal de Venezuela

Con el mayor respeto y la más alta consideración, por ustedes y por la Iglesia que representan, reciban nuestro más cordial y fraterno saludo y deseo de éxitos en sus funciones evangelizadoras.
No nos inspira el espíritu, al hacerles llegar nuestra humilde opinión como venezolanos y seres humanos, en distribuir el tiempo en la búsqueda de las fuentes originarias de la religión que ustedes, por convicción de creencia profesan, como tampoco hacer uso del marxismo, doctrina que sustentamos y pregonamos como arma de la conciencia en nuestra sincera lucha por la emancipación humana.
No es parte de nuestros argumentos andar juzgando, condenando o pensando por instituciones o personas. Entendemos que a la mayoría de los creyentes y no creyentes en Dios, los une un destino común y que, por igual desde el imperio romano hasta ahora en que domina el despotismo más cruel y salvaje que conozca la Historia de la humanidad (la globalización del capitalismo imperialista salvaje), esa misma mayoría ha sido víctima de la esclavitud social, viviendo y muriendo en las miserias y sufrimientos, mientras que la minoría ha disfrutado y disfruta a plenitud la riqueza y el privilegio sociales.
El cristianismo sufrió los más denigrantes rigores del imperio romano que negaba la existencia de Dios y así, se resignara el hombre explotado y oprimido (o herramienta que sólo hablaba), humilde y pobre de bienes materiales, a vivir toda su existencia en la esclavitud produciéndole riqueza a sus explotadores a cambio de la miseria, carecer de solidaridad a cambio del odio social, desprendido de ternura a cambio de padecer de rodillas sumiso al despotismo que lo oprimía; en fin, el imperio garantizaba la tristeza y la muerte a los muchos a cambio de la alegría y la vida para los pocos. Así fue, lo saben ustedes mejor que nosotros, que los cristianos elevaron sus miradas al cielo implorando la salvación en el Dios que el imperio, cruel y salvaje, les negaba. Nada pudieron hacer los emperadores y sus ejércitos y sus riquezas para evitar que las ideas de Cristo penetraran en el corazón y en el alma incluso de muchos de las propias fuerzas que sustentaban la ignominia social. Así fue, como Constantino no tuvo otra alternativa política e ideológica, para salvar lo poco que quedaba de un imperio que se derrumbaba por el propio peso de sus crueldades e injusticias que engendró contra las mayorías, que declarar al cristianismo religión oficial del Estado romano.
Desde ese lejano tiempo al de hoy, hace varios siglos, la mayoría de los creyentes en Dios aún no han logrado su emancipación social para salir de todo despotismo como lo pregonó Jesús. Mas, por el contrario, hubo un infortunado episodio en la Historia del cristianismo y de la humanidad en que la Iglesia, en nombre de Dios y contra el hombre y la libertad, cometió horrendos crímenes, hizo guerra sucia a las ciencias y afianzó la explotación y la opresión del hombre por el hombre. Así fue la Inquisición, período sangriento y despótico de la Iglesia contra la humanidad y que el Santo Padre, Juan Pablo II, se dignó reconocerlo, solicitar perdón por los grandes y atroces pecados cometidos en nombre de Dios, que nunca avaló ni autorizó tan denigrante manifestación, más bien, antirreligiosa que religiosa.
En la actualidad distinguidos miembros de la Conferencia Episcopal, bajo los desafueros y designios de la globalización del capitalismo imperialista salvaje, vivimos en peores y más crueles condiciones de explotación y opresión, de miseria y martirio que en aquel ya muerto período histórico del imperio romano. Si se cumplió aquella profética idea de Goethe de que “todo lo que nace es digno de morir”, debemos pensar que también la globalización capitalista tendrá su inevitable sepultura. Pero la vida del mundo humano, como la de la naturaleza y del pensamiento, no es abstracta, es concreta y tiene características propias, contradicciones que son inherentes a su propio cuerpo social, se producen acumulaciones de cambios cuantitativos que concluyen en cambios cualitativos. Esa es la ley suprema de la vida. Marchar contra ella escomo caminar en el mar o nadar sobre la arena. Sin embargo, la desaparición de la globalización capitalista no depende ni de la buena voluntad de los hombres, sean obispos o no, ni de la fe en que Dios, un día ya cansado de tanto ver injusticias de los pocos sobre los muchos en el reino que creó para que los hombres fueran justos y se amaran los unos a los otros y no se mataran los unos a los otros, se decida de una vez más acabar con este mundo para rehacerlo de nuevo. No, honorables miembros de la Conferencia Episcopal venezolana, ya no es el tiempo en que debemos invertirlo para interpretar filosóficamente el mundo, porque de lo que se trata es que el mismo hombre, con su lucha y su conciencia, creyendo o no en Dios, es quien tiene el deber de enmendar el mundo que el mismo hombre-lobo ha convertido en injusto, en invivible para las mayorías, y contrariando los postulados del Ser Supremo y la libertad que pregonó Cristo para todos los seres vivientes en la Tierra.
¿Quién puede y debe jugar un papel espiritual en la búsqueda de esa emancipación que Dios quiso para el hombre mortal en la Tierra?
La Iglesia, honorables miembros de la Conferencia Episcopal venezolana, la Iglesia y no el hombre por separado y aislado de los sentimientos nobles y buenos de la humanidad, tiene el deber –para con Dios y para con Jesucristo- marchar al frente de las nuevas luchas por el ideal de la redención social, para que no quede ni un solo ser humano viviendo la pobreza o siendo infeliz. Nadie, como la Iglesia, tiene ese contacto diario, permanente con sus feligreses. Si todos los días, los obispos y sacerdotes, profesaran la igualdad, la justicia, la libertad en las Iglesias, las homilías, las prédicas y las plegarias y oraciones, en nombre de Dios, serían verdaderas semillas capaces de sembrarse en la conciencia de los hombres y mujeres para producir cosecha de lucha por la emancipación humana.
En este dramático y trágico período de antihistoria humana en que la globalización capitalista se propone privatizar todos los órdenes de la vida económicosocial y también todas las ideologías y la misma familia sin excluir a la religión, invocamos a ustedes a la reflexión, a que la Iglesia debe situarse definitivamente al lado de los justos, de los pobres, por los cuales vivió, luchó, predicó y murió Cristo en la cruz, porque Cristo es justicia, es libertad, es redención y no explotación y opresión del hombre por el hombre, es ternura y no despotismo social, es solidaridad y no mezquindad, es amor al prójimo como a sí mismo y no odio de unos contra los otros que son los explotados y oprimidos por la globalización del capitalismo imperialista salvaje.
La Iglesia, honorables miembros de la Conferencia Episcopal venezolana, que se aleja de los pobres para servir a los ricos, se distancia de Dios para acercarse al maleficio del despotismo social. ¡Ya no más!, (en nombre de los creyentes en Dios y de los que no creemos en él pero sí en el hombre y en obispos y sacerdotes que creen en la justicia y la libertad para los pueblos), Iglesia amparando la riqueza y los pecados de quienes explotan y oprimen al hombre en nombre de Dios y de la libertad. ¡Basta ya!, de bendecir a aquel que en la Iglesia se comporta como fiel creyente y al salir de ella, arremete con mayor afán para la explotación y la opresión al hombre esclavo.
Vivimos, sus eminencias de la Conferencia Episcopal venezolana y ustedes lo saben, un mundo habitado por más de 6.500 millones de personas, de los cuales alrededor de mil quinientos millones no poseen acceso al agua común y corriente en un planeta inmensamente rico en fuentes hidrográficas; más de doscientos millones de niños y niñas no asisten a la escuela, fundamentalmente, por razones de miseria material; casi mil millones son analfabetas; más de mil quinientos millones viven con un salario por debajo de un dólar al día; y un porcentaje mayor lo hace con un salario menor a dos dólares por día; millones y millones de jóvenes de ambos sexos, se dedican a la prostitución, a la delincuencia, a la vagancia, a la indigencia; millones y millones de jóvenes tienen cerradas o vetadas las puertas de acceso a las ciencias y la tecnología. ¡Oh, terrible y trágico drama para el mundo! ¿No creen ustedes, eminencias de la Conferencia Episcopal, que la Iglesia está obligada, en nombre de Dios y de Cristo y del ser humano mismo, dar respuesta a esa denigrante situación que padece el mundo y de ponerse al frente de las luchas por los pobres, los descamisados, los condenados, los oprimidos, los explotados, los pobres, los marginados, los descalzados, los desahuciados, que son la razón de ser del cristianismo o del evangelio?
Bien saben ustedes, eminencias de la Conferencia Episcopal, que la Globalización capitalista –consideraba por el extointo Papa Juan Pablo II como salvaje-, anunció el fin de la historia y con ella, lo suponemos, de las ideologías incluyendo a la religión cristiana. Creen, los ideólogos de la perversión social, que incrementando la pobreza y el dolor, haciéndoles llegar a poblaciones que hasta hace poco no las padecían, los esclavos dejarán de pensar y, por consiguiente, de actuar en contra de quienes les martirizan la vida y les aceleran el destino de una muerta temprana. No, se equivocan quienes así piensen. La voz y el ejemplo de Cristo con la voz y el ejemplo de Marx, se juntan en una sola voz y en un solo ejemplo –para creyentes y no creyentes- para combatir la infamia, para crear conciencia de la necesidad de luchar por transformar el mundo, por la redención del ser humano, por la solidaridad como fuente imperecedera y grandiosa del progreso social, como expresión de amor por el prójimo en contra del odio racial, como luz que brille para todos contra todas las tinieblas oscuras de la globalización capitalista salvaje.
No dejen, honorables miembros de la Conferencia Episcopal venezolana, que el tiempo del deber presente se le vaya alejando a la Iglesia y ésta se distancie de Cristo y del Ser Supremo. No permitan que en nombre de Dios se perpetúe la explotación y la opresión del pobre por el rico. La Iglesia ha, como el hombre esclavo y creyente y no creyente en Dios, aprendido demasiado en los martirios del despotismo social de los imperios del esclavismo social. La experiencia, correctamente asimilada, en buenas manos es una fuente de lucha creadora por la emancipación del ser humano.
Honorables miembros de la Conferencia Episcopal venezolana, les rogamos, les pedimos, les imploramos, que prediquen en la palabra y en el hecho (en nombre de Dios, de Cristo, de la Iglesia, de ustedes mismos y del hombre mismo) la verdadera redención del ser humano y cesen, para siempre, todos los despotismos sociales.
Reiterándoles nuestro afecto y mayor respeto y consideración, nos despedimos muy atentamente:
Consejo Consultivo del EPA

¡Sin justicia social, la paz será siempre una utopía!

¿Cuál sería la primera medida justa del presidente Obama?
El nuevo presidente de Estados Unidos, Obama, tiene por delante muchas incógnitas difíciles por resolver en lo más inmediato de su mandato. Incluso, hasta por razón de su color está obligado a establecer políticas que reduzcan en un alto nivel esa mentalidad que cree que sólo los blancos son los más aptos para dirigir el destino de una nación capitalista altamente desarrollada como lo es Estados Unidos. No le resultará fácil a Obama introducir al imperialismo estadounidense por un camino que le vuelva a generar simpatías en muchos gobiernos del mundo y recuperar muchos terrenos perdidos. Mejor dicho: ya el tiempo en que el imperialismo hizo progresar el mundo se derrumbó para siempre. Se trata, ahora, de palear crisis y mantener esa hegemonía global que le caracteriza por el tiempo que le queda al proletariado mundial de letargo o dormidera, reformismo o conformismo social. Ha comenzado el período en que la misma aristocracia obrera da muestra de descomposición, de degeneración y eso conducirá a que el proletariado, además de ser altamente afectado por los embates de la economía imperialista, se deslastre de quienes le han conducido sus luchas económicas enmarcadas dentro de un elevado grado de resignación a los miserables “beneficios” que provienen de dejarse explotar su mano de obra o su fuerza de trabajo. Lo que le dejó como herencia, al presidente Obama el saliente señor Bush y gran organizador de derrotas, no fue un plato en la mesa servido de churrasco, caviar, ensalada, salsa de múltiples sabores y licores exquisitos, sino un conjunto de huesos y copas vacías que necesitan ser rellenados nuevamente de carne o de líquido para continuar viviendo y mandando como reyes.
Nadie, absolutamente nadie, que se oponga al capitalismo imperialista y lo considere como la fuente (por su alto nivel de propiedad sobre los medios de producción y su desenfrenado espíritu guerrerista y de explotación irracional) de los grandes males que padece el mundo, debe cifrar esperanzas de redención, de verdadera justicia social y de respeto absoluto a la soberanía de otras naciones en el gobierno que preside el presidente Obama. Este es y será, por uno o dos mandatos, el representante simbólico de los máximos intereses económicos del imperialismo. A eso sujetará, por una vía o por la otra, su comportamiento como presidente de Estados Unidos. Sin embargo, el mundo está a la expectativa aun cuando ya Obama ha fijado posición sobre algunos gobiernos que precisamente no congenian con la política imperialista estadounidense.
Los problemas o incógnitas más graves que tiene por delante y debe tratar de resolver, en el menor tiempo posible, el presidente Obama, tienen todos que ver –de alguna manera- con la guerra, con la política bélica del imperialismo; es decir, todos de carácter internacional. Tomemos los tres fundamentales: la guerra en Irak, el bloqueo económico a Cuba y los presos políticos o de guerra de Guantánamo (suelo que pertenece a Cuba).
Obama se enfrenta, en el caso del bloqueo a Cuba, a organizaciones de gran poder económico, de mucha importancia en la elección presidencial, donde algunas son expertas en terrorismo de grupo o individual. Cuenta a su favor con que el bloqueo ya lleva casi medio siglo y no ha habido resultados positivos a la política imperialista de hacer derrumbar la Revolución Cubana por efectos de medidas económicas que supusieron hartaría de hambre y necesidades a la población, lo cual haría que se volteara y le diera la espalda al gobierno cubano presidido por el camarada Fidel Castro y, ahora, continuado por el camarada Raúl Castro. Obama no se apresurará en esa materia, aunque ha sido lanzado un alerta muy especial y digno de tomar en consideración si los países de América Latina y el Caribe actuasen como un solo bloque, cosa que no resulta fácil por múltiples factores que acá no vamos a analizar. El presidente Evo Morales solicitó presionar al nuevo gobierno de Estados Unidos de que si no suspende el bloqueo a Cuba se retiren a todos los embajadores de las regiones antes señaladas de sus sedes en Estados Unidos. Inmediatamente se dejaron escuchar algunas voces con palabras sofisticadas pidiéndole cordura y tiempo al tiempo al camarada Evo Morales. Entre ellas: la de Lula, anfitrión de la Cumbre. En eso la integración no está compacta en un solo pensamiento de verdadera solidaridad internacionalista revolucionaria. Falta un importante trecho por recorrer distante del dicho. Los más comprometidos en una integración son Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. En los demás sigue primando el interés del negocio económico nacional y no el socialismo como fórmula universal para acabar con todos los males del capitalismo.
Obama, es de suponer, no debe dar muestra de una debilidad ante la amenaza revolucionaria propuesta por Evo, porque se le vendrían encima todas aquellas fuerzas influyentes que operan en Estados Unidos y le pondrían en peligro la posibilidad de su triunfo para un segundo mandato. Todo quien gane una primera elección presidencial en Estados Unidos en lo primero que piensa, antes de mover un pies hacia delante o hacia los lados o hacia atrás, es en cómo asegurar su reelección, porque de no ser así no entra en la historia política verdadera de Estados Unidos, bien sea en sentido positivo o bien lo sea en el negativo. Lo importante para un político presidencial es cumplir dos mandatos de acuerdo a la Constitución y no los resultados favorables a los sectores más afectados de la economía imperialista estadounidense.
Los presos políticos, es lo más fácil para resolver el nuevo presidente, porque bastaría con trasladarlos a otra región tan segura como Guantánamo; ordenar que se les haga un juicio definitivo y condenarlos a cadena perpetua para después jugar con las condenas como instrumento de chantaje político. No nos olvidemos que la mayoría de los presos son producto de la guerra contra Afganistán y no contra Irak. Obama creerá que el simple hecho de sacarlos de Guantánamo será una victoria política relevante, aunque el resto del mundo no lo crea de esa manera. Nada hace creer que Obama esté dispuesto –quiera Dios uno se equivoque- a poner en libertad a los presos y –especialmente- a devolver Guantánamo al gobierno y pueblo cubanos.
El problema más grave es la guerra en Irak. Este es el talón de Aquiles que se ha vuelto una espada de Damocles para el imperialismo. Bush siempre supo que estaba derrotado por la resistencia del pueblo iraquí, aunque nunca quiso reconocerlo. Irá al Infierno creyendo que su decisión de hacerle la guerra a Irak fue el más prestigioso de sus “triunfos” políticos. Seguramente Satanás le tendrá la respuesta y la historia de la Tierra la sentencia. Jamás entendió que una retirada a tiempo es una victoria para evitar una derrota posterior desastrosa. Nunca leyó nada de la experiencia alemana con Hitler ordenando siempre ofensiva porque consideraba que la defensiva era eternamente una derrota. ¿Y dónde quedó el nazismo hitleriano?: en la fosa de las antigüedades, aunque existe un resurgir del nazismo o fascismo en la Europa actual.
El mundo creerá y, especialmente, el presidente Obama, que retirar las fuerzas invasoras de Irak será una victoria política universal que generará importantes logros para el imperialismo estadounidense. Tal vez, los aplausos y los gritos de felicitación a su decisión le harán olvidar que ese paliativo es incompleto y hasta muy peligroso dejarlo chucuto. El meollo o quid de la cuestión no está simplemente en dar la orden de retirada de las tropas estadounidenses de Irak. Eso se parece mucho a una verdad a medias que resulta siendo una mentira muy peligrosa. La cuestión estriba en también ordenar el retiro de las fuerzas invasoras de Afganistán. De lo contrario el foco de la violencia quedará siempre germinando resistencia, muerte y desolaciones. Sin embargo, Obama tiene la oportunidad inmediata de aplicar su primera y justa decisión política de su primer mandato.
¿Cuál sería esa medida? Sencilla, muy sencillita, pero debe estar dispuesto a lanzarla: proponerle una larga tregua de cesación de la guerra a las fuerzas de resistencia del pueblo iraquí; es decir, de concentrar las fuerzas invasoras en los cuarteles, que no salgan de ese espacio, que se limiten a cuestiones administrativas de sus propias tropas, respetar la tregua en todas y cada una de sus partes acordadas y fijar una fecha exacta para la completa retirada de sus fuerzas. Eso sería sin duda un gran paso de avance en la política imperialista de Obama en búsqueda de solución a los problemas de Irak, que deben ser resueltos por los propios iraquíes y no por fuerzas foráneas. Y en eso hay que ser como santo Tomás: ver para creer.

Israel: el rey Goliat contra varios David
-En homenaje a los niños y niñas de Palestina caídos en el genocidio cometido por el Estado sionista de Israel-
Israel es una nación pequeña pero una gran potencia militar y en ese aspecto es como decir: una nación imperialista, con una economía de elevado desarrollo frente a muchas naciones del Medio Oriente, del mundo árabe o del mundo en general. Es el rey Goliat con armas sofisticadas frente a varios David que sólo cuentan con chinas en sus manos. Lo que hace Israel con la región árabe sólo es comparable –en otros espacios del mundo- con la política invasora que ejecuta el imperialismo estadounidense; y es éste y no otro imperialismo quien alimenta y ordena al sionismo israelita para cometer toda clase de atrocidades contra los árabes.
El sionismo es el nazismo al revés. Si el segundo quiso exterminar a los judíos, el primero quiere exterminar a los árabes. La raza pura sería conformada exclusivamente por los grandes magnates de la economía que dominen el mundo. El problema estriba en que existen pequeños sectores –por ejemplo- de negros y amarillos que son igualmente inmensamente ricos. ¿Qué haría el sionismo con ellos?
Lo que ha hecho y está haciendo el Estado israelita con el pueblo palestino muy poca diferencia tiene con lo que hizo el gobierno de Estados Unidos en Hiroshima y Nagazaki ya Japón vencido completamente a final de la Segunda Guerra Mundial. Genocidio, genocidio atroz, se llama eso y no defensa de ninguna patria ni de ninguna causa de pueblo. Y lo peor, es que continuará cometiendo ese género de atrocidad cada vez que se le ocurra a un alto funcionario del Estado de Israel pensar que algún palestino quiere “destruir” un pedacito de la nación israelita, “matar” a algún israelita, imaginarse que van a lanzar un misil por alguna organización palestina, o, por lo menos, creer que por alguna vía pasen armas para los palestinos. El conflicto palestino-israelita a lo que más se parece es al cuento del “gallo pelón”, es decir, de nunca acabar. El capitalismo no puede subsistir sin esos conflictos que llevan por dentro, de un lado, el afán de dominio territorial y poblacional de unos pocos sobre los muchos y, por el otro, el ansia de emancipación de los muchos contra los pocos. Es en ese contexto donde deben encontrarse las raíces de esa prolongada confrontación entre palestinos y sionistas, que culminará, con el mayor de los éxitos, el día en que se ice la bandera del socialismo en una tierra y en la otra, en un pueblo y en el otro. Lo máximo que puede aspirarse antes es a un tiempo ni de paz ni de guerra, pero con las contradicciones del mundo capitalista tan latentes como el agua que se pone a fuego para que hierva.
Frente a genocidios como el que comete el Estado israelita contra el pueblo palestino no es suficiente protestas de calle ni condenas teóricas en organismos de carácter internacional. Los archivos de la ONU están saturados de condenas contra el terrorismo de Estado israelita y absolutamente nada ha pasado, nada ha frenado la política genocida del sionismo. Más bien, el gobierno de Israel se burla y se ríe de las resoluciones de la ONU, ataca y destruye misiones de la ONU, porque cuenta con el aval de la mayor, más poderosa, peligrosa y belicosa potencia imperialista del planeta: Estados Unidos.
Sin embargo, una potencia militar con una ideología tan genocida como Israel comete sus fechorías impunemente, porque existen realidades en el mundo árabe que le otorgan esa potestad. Toda lucha que se haga en defensa de una patria que no lleve en su entraña la esperanza de construcción de una sociedad socialista, no deja de ser un nacionalismo pernicioso, reducido a la interioridad de unas fronteras que nunca romperán con las cadenas del capitalismo explotador y opresor.
En el mundo árabe existen monarquías que requieren de pueblos súbditos, resignados fieles y buenos esclavos a los intereses económicos de reyes y príncipes (como: Jordania y otros); existen gobiernos bonapartistas que se sustentan en un férreo y despótico aparato burocrático-militar-policial (como Siria, Egipto y otros); existen gobiernos descaradamente serviles a los intereses del imperialismo –especialmente estadounidense- (como Arabia Saudita), en la que permanecen bases militares desde donde se desplazan las tropas invasoras para hacer guerra contra otros pueblos árabes y no árabes. En esas circunstancias es casi imposible (por no decir imposible) que sea frenada la política militarista y genocida del Estado sionista de Israel.
La solución del permanente conflicto bélico entre árabes e israelitas sionistas no estará determinada jamás por los métodos de terrorismo individual o de grupo contra el terrorismo de Estado. Es necesario entender que el meollo esencial es de lucha de clases muy por encima de la característica entre naciones, pueblos o religiones. Es imprescindible que los pueblos del mundo árabe derroquen todos los gobiernos capitalistas y el pueblo israelita haga lo mismo con el gobierno sionista y declaren la instauración de la dictadura del proletariado como inicio del proceso de transición del capitalismo al socialismo. Mientras tanto, valen todas las expresiones internacionales que traten de encontrar fórmulas de coexistencia “pacífica” sin que ningún pueblo, por ello, deje de luchar para hacer su revolución proletaria; y valen todos los gestos de solidaridad que traten de frenar las atrocidades del Estado sionista contra los árabes.
El epa rechaza y condena el genocidio del Estado sionista y se solidariza con la causa del pueblo palestino.
¡¡¡Castigo internacional a los genocidas!!!
¡¡¡No más petróleo árabe para que Estados Unidos e Israel sigan haciendo guerras de exterminio social a los mismos árabes!!!
¡¡¡No más relaciones diplomáticas con gobiernos que utilicen métodos genocidas!!!
¡¡¡Viva el internacionalismo revolucionario como la más avanzada y justa expresión de la solidaridad entre los pueblos por la causa del socialismo!!!


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¿Qué proponemos aunque no pase de ser un simbolismo irrealizable?

1.- Que gobiernos latinoamericanos que hayan condenado la política guerrerista de Bush y del Primer Ministro de Israel, firmen y hagan público una declaración donde se consideren a ambos criminales personas no gratas en todo el territorio de las naciones firmantes.
2.- Programar, por todos los medios de comunicación posibles y llevarlo a instancias internacionales, acciones solicitando se le abra un juicio a Bush y al Primer Ministro de Israel por crímenes de lesa humanidad.

¡¡¡Sin justicia social, la paz será siempre!!!