Powered By Blogger

viernes, 16 de enero de 2009



Primera Edición de enero de 2009.


El epa felicita al pueblo cubano -en general- y a su máximo líder (el camarada Fidel Castro) –en lo particular- por el cumplimiento del Cincuenta aniversario de la Revolución

De la Revolución Cubana son muchos los aspectos que se pueden destacar, porque son reconocidos por amigos y enemigos y, además, lo que está a poca distancia de los ojos no necesita de lupa para distinguirlo tal como es el hecho en sí mismo. Sin embargo, al conmemorarse cincuenta años o medio siglo de esa importantísima gesta histórica americana –en lo particular- y mundial –en lo general- es digno resaltar el heroísmo de un pueblo para luchar y sobreponerse –generalmente- con éxito a múltiples y difíciles avatares no tanto de factores internos sino externos, que han buscado –por diversos medios- lograr el derrumbe de la Revolución para que Cuba se convierta, una vez más, en un satélite pornográfico del imperialismo estadounidense.
El intervencionismo imperialista en los asuntos internos de Cuba, desde antes y después de Bahía de Cochinos; los muchos atentados a su máximo líder (el camarada Fidel Castro); el bloqueo económico imperialista con el objetivo de crear crisis de hambre y sed en la sociedad cubana; el cerco de naciones (OEA –salvo México-) durante décadas en complot con las políticas imperialistas para generar situaciones políticas propicias para el derrocamiento del poder revolucionario; la caída de la Unión Soviética y el campo socialista de Oriente y otros elementos, que han sido superados por la Revolución, significan no sólo la inmensa fuerza de convicción revolucionaria de un pueblo, sino también la capacidad de heroísmo con que han sabido enfrentar las peores vicisitudes sin dejar resquebrajar los fundamentos de la Revolución. Eso es en sí una grandeza histórica digna de merecerle el más sublime reconocimiento al glorioso pueblo cubano.
Por ello, entre otras cosas, el epa se solidariza con todas y cada una de las festividades que en el mundo se han realizado y –de seguro- se continuará programando para celebrar el medio siglo de existencia de la más importante Revolución que se haya producido en el seno del continente americano.
Consejo Consultivo


¿Cómo serán las próximas dictaduras en América Latina?

Hay fenómenos que escapan a la lógica política o, algunas veces, no es mucho lo que se hace por prevenirlos o entenderlos. Y cuando se producen agarran a todo o casi todo el mundo por sorpresa y, especialmente, a los que nunca quisieron ni siquiera imaginárselos, lo cual obliga a tener que bandearse de un lado a otro –como el trapecista- tratando de salir con vida de la tormenta. Nadie o que se sepa, por ejemplo, previó entrada la década de los noventa del siglo XX que un grupo de militares, incursionando en la política bajo la protección de los uniformes, iba a bajar un telón y subir otro que despertaría, a favor y no en contra de los pueblos, inquietudes que venían desde lustros atrás dormidas en un letargo de conformismo social.
El capitalismo está crisis pero eso no quiere decir que esa crisis lo conduzca irremediablemente al colapso total. Ningún régimen de producción que se sustente en la explotación del hombre por el hombre y que tenga por principio sagrado a la propiedad privada sobre los medios de producción puede escapar a las crisis, a la depresión crónica, al déficit agobiante, a su propia desaparición o muerte. ¿O es que acaso todo lo que nace no es digno que muera como lo dijo Goethe? Hace más de un siglo y seis décadas Inglaterra vivió una crisis que parecía sólo concluir por medio de la fuerza a favor de la revolución proletaria. No fue así e Inglaterra sigue teniendo su reina que representa su “estética” y la necesidad que tiene la monarquía capitalista de un tumultuoso séquito de sirvientes domésticos, y, además, su primer ministro que la representa políticamente ante el resto del mundo anunciando siempre la voracidad expansionista del imperialismo.
La crisis puede compararse con una huelga general. Si los obreros, luego de declarada la huelga, se instalan en las empresas o fábricas a esperar que los dueños de las mismas –por cansancio o por hambre- terminen negociando y aceptando el petitorio de los huelguistas, es prácticamente seguro que sean éstos quienes terminen por cansarse, pasar hambre y ceder al ofrecimiento mínimo de los señores capitalistas. Una huelga, si se pretende derrocar a un determinado régimen, debe pasar a la ofensiva más allá de las fronteras de las fábricas; deben los obreros tomar las calles, los barrios, las escuelas, las universidades, todos los espacios públicos, ir donde estén las masas, lograr que éstas se impliquen en la lucha, fracturar y ganarse una parte del ejército del sistema, que el partido político se ponga al frente como vanguardia, que la huelga termine por transformarse en una insurrección o una rebelión. Pero para esto se necesita, primera condición, que el proletariado se gane para tan significativa acción y que execre de su lucha las reivindicaciones temporales por la principal: toma del poder político. En el caso de Inglaterra, refiriéndonos a la crisis antes señalada, el proletariado inglés –por lo menos una importantísima parte- marchaba detrás de la cola del partido liberal, y éste no era precisamente ningún partido político de vanguardia de la clase obrera sino, más bien, de los fabricantes. No había oportunidad que esa crisis terminara en una revolución contra el capitalismo.
Cada cierto –más corto que largo- tiempo el capitalismo cojea en crisis, pero no termina de caerse porque el mismo proletariado le construye las muletas para que se recupere de su dolor; cada cierto tiempo la crisis hace tambalear al capitalismo, pero el proletariado le fabrica las barandas para que se sostenga y no caiga en el abismo; cada cierto tiempo la crisis hace que el capitalismo lance patadas de ahogado, pero el proletariado le lanza la soga que lo rescata sacándolo a la orilla; cada cierto tiempo el capitalismo entra en un cerco ardiente de fuego, pero el proletariado le sirve de bombero para apagárselo. Unas cuantas veces, cuando las crisis piden a gritos soluciones de fuerza, la revolución a nivel mundial –más por culpa del proletariado que de otra cosa- se ha quedado dormida detrás de los sacudones. Crea más expectativa, hasta ahora, el destino dramático de una bolsa de valores que el inmenso cráter donde cae la mitad del cuerpo capitalista. Y en vez de empujarlo para que se hunda completo y ponerle una lápida con una inscripción nomás (“al fin el mundo feliz y al derecho”), el proletariado le pone una escalera para que vuelva a subir a la superficie y continúe arriando con sus atrocidades en perjuicio de la mayoría de la humanidad. Si el proletariado –en este caso de las naciones imperialistas- no quiere entender su papel histórico, no es culpa de Marx ni del marxismo sino del mismo proletariado. ¿Será que hace falta llegue ese día en que la clase obrera de las naciones imperialistas, incluyendo a esa casta aristocrática que perderá prebendas, entren en una situación de miseria tan semejante al proletariado de ese mundo que llaman subdesarrollado o atrasado para que se decida por la revolución? Marx no está vivo para responder a esa interrogante, y sólo el proletariado tiene potestad de respuesta. Lo que sí dijo el padre del marxismo es que precisamente en tiempo de crisis revolucionaria es cuando conjuran temerosos, contra los vivos que se proponen revolucionarse y revolucionar las cosas, “… en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal…” Y cita como ejemplos: a Lutero disfrazado de apóstol Pablo, a la revolución de 1789-1814 vestida de alternativamente con el ropaje de la República Romana y del Imperio Romano, y a la revolución de 1848 como parodiar aquí al 1789 y allá la tradición revolucionaria de 1793 a 1795.
Las crisis actuales del capitalismo, como la que se ha manifestado en Estados Unidos en estos primeros días del último trimestre del año 2008, no hace más que poner en evidencia que la dirección histórica del mundo debe pasar a manos del proletariado, única clase que lleva en su entraña la condición de posesionarse de las fuerzas productivas que escapan a las manos de la burguesía y llevarlas por el mundo sin fronteras para que cada integrante del planeta participe en la producción, en la distribución y en la administración de las riquezas sociales, por una parte, y, por la otra, facilite el nuevo desarrollo de las fuerzas productivas, acreciente su rendimiento garantizándole a la humanidad –en general- y a la persona –en lo particular- la satisfacción de todas sus necesidades razonables, como lo decía Engels. El proletariado tiene la palabra y también la acción. Nadie, por mucho poder “sobrenatural” o “milagroso” que tenga, podrá hacer lo que sólo al proletariado está permitido hacer. Esto no significa que quien no sea proletario deje de luchar por la revolución. No, más bien es su deber luchar, pero la producción como el mejor escenario de la lucha de clases pertenece al proletariado y no a un maestro o un alumno de un aula de escuela, aunque éstos jueguen un papel importante en lucha política.
Las grandes crisis del capitalismo si no concluyen en estallido revolucionarios, si el proletariado no se decide a cumplir con su papel de redentor de la humanidad, suelen ocasionar serios trastornos sociales en aquellas naciones –esencialmente- del campo subdesarrollado, en ese contexto en que el control y manejo de fuerzas productivas depende de los dictámenes o técnicos o científicos del capitalismo altamente desarrollado. Mientras este campo perdure y siga manteniendo la hegemonía del mercado mundial, gozando de influencia política en estados o gobiernos que obedecen a los designios del imperialismo, dominando el control y saqueo de materias primas de otros países, las crisis pueden estar a la vuelta de la esquina, pero de allí a la revolución –esa que le echa el guante al poder político- existe un trecho que no lo decide la objetividad, sino el elemento subjetivo, ese que se caracteriza por la existencia de un verdadero partido político de vanguardia clasista, de una parte importante del proletariado capaz de rebelarse para llevar su lucha hasta las últimas consecuencias y, además, de un sentido consciente de solidaridad internacionalista que vulnere cimientos imperialistas en muchas regiones del mundo al mismo tiempo. Una o dos o hasta diez grandes bolsas de valores pueden temblar y cerrar sus lujosas oficinas por unos días; unos bancos pueden declararse en ruina y robarse el dinero de los ahorristas; unas cuantas fábricas de alimentos pueden alegar haber entrado en quiebra y clausurar sus portones. Eso refleja una crisis, pero si los ahorristas, si los trabajadores, si los consumidores no hacen nada por darle la vuelta a la tortilla y se deciden por esperar que sea el mismo capitalismo quien le busque solución a la gravedad de su mal, éste continuará de una u otra forma pero no caerá el capitalismo en el foso de la muerte eterna. Mejor dicho: estamos en el tiempo en que las crisis del capitalismo exigen que el factor subjetivo haga explosión para que se pueda romper la cadena que mantiene a casi toda la humanidad prisionera de las atrocidades de ese último régimen de explotación y opresión del hombre por el hombre o de unas clases por otras, que ya se encuentra en su fase más dantesca y más diabólica.
Existen dos regiones en el planeta que tienen una importancia capital para las naciones imperialistas y, especialmente, para palear las profundas crisis que las ponen al borde del jaque mate. Son: el Medio Oriente y América Latina. Demás está explicar las riquezas energéticas que poseen en sus senos. Claro, en el caso de América Latina existe una desventaja en relación con el Medio Oriente, y es que está mucho más cerca de Estados Unidos que de Europa, pero en el mundo árabe existen más gobiernos de resignación oprobiosa al imperialismo que en Latinoamérica en este momento histórico de comienzo del siglo XXI. Por esas dos regiones caerán los imperialistas con todos los yerros. Irak es el inicio y no el final. Las naciones imperialistas, por muchas contradicciones que tengan entre sí por la voracidad de sus ansias de dominación del mundo, procurarán entonarse en armonía a la hora en que una crisis las envuelva con la misma dimensión de destrucción con que ataca un huracán las costas de México y de Estados Unidos. Es el destino final que se juegan si se presentan fracturados y matándose entre sí. Lo mismo vale para las naciones del Medio Oriente y de América Latina si pretenden no caer en las garras de la depredación final con que los imperialismos se jugarán su última carta en la puerta de la sala de terapia intensiva.
Para eso requerirán de cambios en el timón político estatal en todo el Medio Oriente y en toda América Latina. Necesitan de gobiernos con una capacidad de servilismo que vaya más allá de la raya de la más repugnante resignación esclavista a favor del imperialismo y en contra de sus pueblos nacionales o, mejor dicho, de bonapartismo químicamente puro, ese que se gemela con lo que fue Pilsudski en la Polonia de la segunda mitad de la década de los veinte y primera de los treinta del siglo XX; más allá de Pinochet pero un poquito, sólo un poquito, más acá de lo que fue el falangismo de Franco en España durante varias décadas del siglo XX; de lo que fue el fascismo de Mussolini en Italia desde los años veinte hasta comienzo de los cuarenta del siglo XX; y de lo que fue el nazismo de Hitler en Alemania de los años treinta y parte de los cuarenta del siglo XX. No habrá ni falangismo, ni fascismo ni nazismo destilados en la pureza del racismo, pero sí unas cuantas o muchas noches de cuchillos bien largos y filosos.
Poco le va a importar al imperialismo en crisis crónica y de terapia intensiva que el gobierno epígono lo encabece un general o un civil. Lo que importa es que se ajuste –con exactitud asombrosa- a la medida del traje de fiel y perverso guardián de los supremos intereses económicos de los expoliadores, de los saqueadores, de las aves de rapiña, de los hombres-lobos. Que los pueblos vean a su mandatario como un “superhombre”, pero no al estilo de Zaratustra de Nietzsche, sino más parecido al del Mein Kampf de Hitler; que no crea ni en partidos parlamentarios ni en movimientos de masas, sino en la mera burocracia militar, policial y estatal de derecha; es decir, en el mando de un Luis Bonaparte o de un Fouché. Habrá, sin duda, desesperación de los sectores pequeño burgueses, pero la angustia mayor, la exasperante será la de la oligarquía imperialista que intentará arrastrar consigo al abismo a una buena parte importante de la humanidad. No será el antisemitismo la suprema palabra del odio político e ideológico visceral del bonapartismo imperialista, sino el anticomunismo; no se clonará a una sociedad para que existan puros seres humanos de cabellos rubios y ojos azules, porque eso significaría quedarse el capitalismo salvaje sin esclavos; el inglés –en el caso de América Latina- será el idioma oficial y toda palabra en español o en indígena, en árabe, en ruso, en chino o en portugués será tenida como prueba jurídica o confesión de una conspiración comunista contra el imperialismo estadounidense; el libro Mein Kampf, con derecho de autor garantizado para el Estado imperialista y restituyéndole las referencias a la cristiandad que han sido sustituidas por el neopaganismo, circulará libre y legalmente por vastas regiones del mundo, mientras la Biblia y el Manifiesto Comunista serán un suficiente indicio para la pena de muerte de quien los porte. Ese macabro, cruel y dantesco cuadro lo vivará América Latina si el proletariado continúa retardando la revolución socialista o, por lo menos, la transición del capitalismo al socialismo desde México hasta la Argentina o en el Medio Oriente desde Marruecos hasta Omán. Una nueva crisis imperialista, una depresión con paro creciente, hambruna masiva, descontento de pueblo y con algunas sacudidas interiores de rebeldía, de no triunfar la revolución proletaria en las naciones altamente desarrolladas del capitalismo, se puede generar una ola de lo que el nazismo incorporó a su lenguaje político militarista: el concepto del “Blitzkrieg”, es decir, guerra relámpaga contra todo lo que considere es un estorbo a su designio de dominación absoluta del mundo. ¡Ojalá –quiera Dios diría un cristiano o quiera Marx diría un comunista- el proletariado sin fronteras nos salve de semejante cuadro de horror y muerte!

Sus Eminencias: Presidente y Demás Miembros
Conferencia Episcopal de Venezuela

Con el mayor respeto y la más alta consideración, por ustedes y por la Iglesia que representan, reciban nuestro más cordial y fraterno saludo y deseo de éxitos en sus funciones evangelizadoras.
No nos inspira el espíritu, al hacerles llegar nuestra humilde opinión como venezolanos y seres humanos, en distribuir el tiempo en la búsqueda de las fuentes originarias de la religión que ustedes, por convicción de creencia profesan, como tampoco hacer uso del marxismo, doctrina que sustentamos y pregonamos como arma de la conciencia en nuestra sincera lucha por la emancipación humana.
No es parte de nuestros argumentos andar juzgando, condenando o pensando por instituciones o personas. Entendemos que a la mayoría de los creyentes y no creyentes en Dios, los une un destino común y que, por igual desde el imperio romano hasta ahora en que domina el despotismo más cruel y salvaje que conozca la Historia de la humanidad (la globalización del capitalismo imperialista salvaje), esa misma mayoría ha sido víctima de la esclavitud social, viviendo y muriendo en las miserias y sufrimientos, mientras que la minoría ha disfrutado y disfruta a plenitud la riqueza y el privilegio sociales.
El cristianismo sufrió los más denigrantes rigores del imperio romano que negaba la existencia de Dios y así, se resignara el hombre explotado y oprimido (o herramienta que sólo hablaba), humilde y pobre de bienes materiales, a vivir toda su existencia en la esclavitud produciéndole riqueza a sus explotadores a cambio de la miseria, carecer de solidaridad a cambio del odio social, desprendido de ternura a cambio de padecer de rodillas sumiso al despotismo que lo oprimía; en fin, el imperio garantizaba la tristeza y la muerte a los muchos a cambio de la alegría y la vida para los pocos. Así fue, lo saben ustedes mejor que nosotros, que los cristianos elevaron sus miradas al cielo implorando la salvación en el Dios que el imperio, cruel y salvaje, les negaba. Nada pudieron hacer los emperadores y sus ejércitos y sus riquezas para evitar que las ideas de Cristo penetraran en el corazón y en el alma incluso de muchos de las propias fuerzas que sustentaban la ignominia social. Así fue, como Constantino no tuvo otra alternativa política e ideológica, para salvar lo poco que quedaba de un imperio que se derrumbaba por el propio peso de sus crueldades e injusticias que engendró contra las mayorías, que declarar al cristianismo religión oficial del Estado romano.
Desde ese lejano tiempo al de hoy, hace varios siglos, la mayoría de los creyentes en Dios aún no han logrado su emancipación social para salir de todo despotismo como lo pregonó Jesús. Mas, por el contrario, hubo un infortunado episodio en la Historia del cristianismo y de la humanidad en que la Iglesia, en nombre de Dios y contra el hombre y la libertad, cometió horrendos crímenes, hizo guerra sucia a las ciencias y afianzó la explotación y la opresión del hombre por el hombre. Así fue la Inquisición, período sangriento y despótico de la Iglesia contra la humanidad y que el Santo Padre, Juan Pablo II, se dignó reconocerlo, solicitar perdón por los grandes y atroces pecados cometidos en nombre de Dios, que nunca avaló ni autorizó tan denigrante manifestación, más bien, antirreligiosa que religiosa.
En la actualidad distinguidos miembros de la Conferencia Episcopal, bajo los desafueros y designios de la globalización del capitalismo imperialista salvaje, vivimos en peores y más crueles condiciones de explotación y opresión, de miseria y martirio que en aquel ya muerto período histórico del imperio romano. Si se cumplió aquella profética idea de Goethe de que “todo lo que nace es digno de morir”, debemos pensar que también la globalización capitalista tendrá su inevitable sepultura. Pero la vida del mundo humano, como la de la naturaleza y del pensamiento, no es abstracta, es concreta y tiene características propias, contradicciones que son inherentes a su propio cuerpo social, se producen acumulaciones de cambios cuantitativos que concluyen en cambios cualitativos. Esa es la ley suprema de la vida. Marchar contra ella escomo caminar en el mar o nadar sobre la arena. Sin embargo, la desaparición de la globalización capitalista no depende ni de la buena voluntad de los hombres, sean obispos o no, ni de la fe en que Dios, un día ya cansado de tanto ver injusticias de los pocos sobre los muchos en el reino que creó para que los hombres fueran justos y se amaran los unos a los otros y no se mataran los unos a los otros, se decida de una vez más acabar con este mundo para rehacerlo de nuevo. No, honorables miembros de la Conferencia Episcopal venezolana, ya no es el tiempo en que debemos invertirlo para interpretar filosóficamente el mundo, porque de lo que se trata es que el mismo hombre, con su lucha y su conciencia, creyendo o no en Dios, es quien tiene el deber de enmendar el mundo que el mismo hombre-lobo ha convertido en injusto, en invivible para las mayorías, y contrariando los postulados del Ser Supremo y la libertad que pregonó Cristo para todos los seres vivientes en la Tierra.
¿Quién puede y debe jugar un papel espiritual en la búsqueda de esa emancipación que Dios quiso para el hombre mortal en la Tierra?
La Iglesia, honorables miembros de la Conferencia Episcopal venezolana, la Iglesia y no el hombre por separado y aislado de los sentimientos nobles y buenos de la humanidad, tiene el deber –para con Dios y para con Jesucristo- marchar al frente de las nuevas luchas por el ideal de la redención social, para que no quede ni un solo ser humano viviendo la pobreza o siendo infeliz. Nadie, como la Iglesia, tiene ese contacto diario, permanente con sus feligreses. Si todos los días, los obispos y sacerdotes, profesaran la igualdad, la justicia, la libertad en las Iglesias, las homilías, las prédicas y las plegarias y oraciones, en nombre de Dios, serían verdaderas semillas capaces de sembrarse en la conciencia de los hombres y mujeres para producir cosecha de lucha por la emancipación humana.
En este dramático y trágico período de antihistoria humana en que la globalización capitalista se propone privatizar todos los órdenes de la vida económicosocial y también todas las ideologías y la misma familia sin excluir a la religión, invocamos a ustedes a la reflexión, a que la Iglesia debe situarse definitivamente al lado de los justos, de los pobres, por los cuales vivió, luchó, predicó y murió Cristo en la cruz, porque Cristo es justicia, es libertad, es redención y no explotación y opresión del hombre por el hombre, es ternura y no despotismo social, es solidaridad y no mezquindad, es amor al prójimo como a sí mismo y no odio de unos contra los otros que son los explotados y oprimidos por la globalización del capitalismo imperialista salvaje.
La Iglesia, honorables miembros de la Conferencia Episcopal venezolana, que se aleja de los pobres para servir a los ricos, se distancia de Dios para acercarse al maleficio del despotismo social. ¡Ya no más!, (en nombre de los creyentes en Dios y de los que no creemos en él pero sí en el hombre y en obispos y sacerdotes que creen en la justicia y la libertad para los pueblos), Iglesia amparando la riqueza y los pecados de quienes explotan y oprimen al hombre en nombre de Dios y de la libertad. ¡Basta ya!, de bendecir a aquel que en la Iglesia se comporta como fiel creyente y al salir de ella, arremete con mayor afán para la explotación y la opresión al hombre esclavo.
Vivimos, sus eminencias de la Conferencia Episcopal venezolana y ustedes lo saben, un mundo habitado por más de 6.500 millones de personas, de los cuales alrededor de mil quinientos millones no poseen acceso al agua común y corriente en un planeta inmensamente rico en fuentes hidrográficas; más de doscientos millones de niños y niñas no asisten a la escuela, fundamentalmente, por razones de miseria material; casi mil millones son analfabetas; más de mil quinientos millones viven con un salario por debajo de un dólar al día; y un porcentaje mayor lo hace con un salario menor a dos dólares por día; millones y millones de jóvenes de ambos sexos, se dedican a la prostitución, a la delincuencia, a la vagancia, a la indigencia; millones y millones de jóvenes tienen cerradas o vetadas las puertas de acceso a las ciencias y la tecnología. ¡Oh, terrible y trágico drama para el mundo! ¿No creen ustedes, eminencias de la Conferencia Episcopal, que la Iglesia está obligada, en nombre de Dios y de Cristo y del ser humano mismo, dar respuesta a esa denigrante situación que padece el mundo y de ponerse al frente de las luchas por los pobres, los descamisados, los condenados, los oprimidos, los explotados, los pobres, los marginados, los descalzados, los desahuciados, que son la razón de ser del cristianismo o del evangelio?
Bien saben ustedes, eminencias de la Conferencia Episcopal, que la Globalización capitalista –consideraba por el extointo Papa Juan Pablo II como salvaje-, anunció el fin de la historia y con ella, lo suponemos, de las ideologías incluyendo a la religión cristiana. Creen, los ideólogos de la perversión social, que incrementando la pobreza y el dolor, haciéndoles llegar a poblaciones que hasta hace poco no las padecían, los esclavos dejarán de pensar y, por consiguiente, de actuar en contra de quienes les martirizan la vida y les aceleran el destino de una muerta temprana. No, se equivocan quienes así piensen. La voz y el ejemplo de Cristo con la voz y el ejemplo de Marx, se juntan en una sola voz y en un solo ejemplo –para creyentes y no creyentes- para combatir la infamia, para crear conciencia de la necesidad de luchar por transformar el mundo, por la redención del ser humano, por la solidaridad como fuente imperecedera y grandiosa del progreso social, como expresión de amor por el prójimo en contra del odio racial, como luz que brille para todos contra todas las tinieblas oscuras de la globalización capitalista salvaje.
No dejen, honorables miembros de la Conferencia Episcopal venezolana, que el tiempo del deber presente se le vaya alejando a la Iglesia y ésta se distancie de Cristo y del Ser Supremo. No permitan que en nombre de Dios se perpetúe la explotación y la opresión del pobre por el rico. La Iglesia ha, como el hombre esclavo y creyente y no creyente en Dios, aprendido demasiado en los martirios del despotismo social de los imperios del esclavismo social. La experiencia, correctamente asimilada, en buenas manos es una fuente de lucha creadora por la emancipación del ser humano.
Honorables miembros de la Conferencia Episcopal venezolana, les rogamos, les pedimos, les imploramos, que prediquen en la palabra y en el hecho (en nombre de Dios, de Cristo, de la Iglesia, de ustedes mismos y del hombre mismo) la verdadera redención del ser humano y cesen, para siempre, todos los despotismos sociales.
Reiterándoles nuestro afecto y mayor respeto y consideración, nos despedimos muy atentamente:
Consejo Consultivo del EPA

¡Sin justicia social, la paz será siempre una utopía!

¿Cuál sería la primera medida justa del presidente Obama?
El nuevo presidente de Estados Unidos, Obama, tiene por delante muchas incógnitas difíciles por resolver en lo más inmediato de su mandato. Incluso, hasta por razón de su color está obligado a establecer políticas que reduzcan en un alto nivel esa mentalidad que cree que sólo los blancos son los más aptos para dirigir el destino de una nación capitalista altamente desarrollada como lo es Estados Unidos. No le resultará fácil a Obama introducir al imperialismo estadounidense por un camino que le vuelva a generar simpatías en muchos gobiernos del mundo y recuperar muchos terrenos perdidos. Mejor dicho: ya el tiempo en que el imperialismo hizo progresar el mundo se derrumbó para siempre. Se trata, ahora, de palear crisis y mantener esa hegemonía global que le caracteriza por el tiempo que le queda al proletariado mundial de letargo o dormidera, reformismo o conformismo social. Ha comenzado el período en que la misma aristocracia obrera da muestra de descomposición, de degeneración y eso conducirá a que el proletariado, además de ser altamente afectado por los embates de la economía imperialista, se deslastre de quienes le han conducido sus luchas económicas enmarcadas dentro de un elevado grado de resignación a los miserables “beneficios” que provienen de dejarse explotar su mano de obra o su fuerza de trabajo. Lo que le dejó como herencia, al presidente Obama el saliente señor Bush y gran organizador de derrotas, no fue un plato en la mesa servido de churrasco, caviar, ensalada, salsa de múltiples sabores y licores exquisitos, sino un conjunto de huesos y copas vacías que necesitan ser rellenados nuevamente de carne o de líquido para continuar viviendo y mandando como reyes.
Nadie, absolutamente nadie, que se oponga al capitalismo imperialista y lo considere como la fuente (por su alto nivel de propiedad sobre los medios de producción y su desenfrenado espíritu guerrerista y de explotación irracional) de los grandes males que padece el mundo, debe cifrar esperanzas de redención, de verdadera justicia social y de respeto absoluto a la soberanía de otras naciones en el gobierno que preside el presidente Obama. Este es y será, por uno o dos mandatos, el representante simbólico de los máximos intereses económicos del imperialismo. A eso sujetará, por una vía o por la otra, su comportamiento como presidente de Estados Unidos. Sin embargo, el mundo está a la expectativa aun cuando ya Obama ha fijado posición sobre algunos gobiernos que precisamente no congenian con la política imperialista estadounidense.
Los problemas o incógnitas más graves que tiene por delante y debe tratar de resolver, en el menor tiempo posible, el presidente Obama, tienen todos que ver –de alguna manera- con la guerra, con la política bélica del imperialismo; es decir, todos de carácter internacional. Tomemos los tres fundamentales: la guerra en Irak, el bloqueo económico a Cuba y los presos políticos o de guerra de Guantánamo (suelo que pertenece a Cuba).
Obama se enfrenta, en el caso del bloqueo a Cuba, a organizaciones de gran poder económico, de mucha importancia en la elección presidencial, donde algunas son expertas en terrorismo de grupo o individual. Cuenta a su favor con que el bloqueo ya lleva casi medio siglo y no ha habido resultados positivos a la política imperialista de hacer derrumbar la Revolución Cubana por efectos de medidas económicas que supusieron hartaría de hambre y necesidades a la población, lo cual haría que se volteara y le diera la espalda al gobierno cubano presidido por el camarada Fidel Castro y, ahora, continuado por el camarada Raúl Castro. Obama no se apresurará en esa materia, aunque ha sido lanzado un alerta muy especial y digno de tomar en consideración si los países de América Latina y el Caribe actuasen como un solo bloque, cosa que no resulta fácil por múltiples factores que acá no vamos a analizar. El presidente Evo Morales solicitó presionar al nuevo gobierno de Estados Unidos de que si no suspende el bloqueo a Cuba se retiren a todos los embajadores de las regiones antes señaladas de sus sedes en Estados Unidos. Inmediatamente se dejaron escuchar algunas voces con palabras sofisticadas pidiéndole cordura y tiempo al tiempo al camarada Evo Morales. Entre ellas: la de Lula, anfitrión de la Cumbre. En eso la integración no está compacta en un solo pensamiento de verdadera solidaridad internacionalista revolucionaria. Falta un importante trecho por recorrer distante del dicho. Los más comprometidos en una integración son Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. En los demás sigue primando el interés del negocio económico nacional y no el socialismo como fórmula universal para acabar con todos los males del capitalismo.
Obama, es de suponer, no debe dar muestra de una debilidad ante la amenaza revolucionaria propuesta por Evo, porque se le vendrían encima todas aquellas fuerzas influyentes que operan en Estados Unidos y le pondrían en peligro la posibilidad de su triunfo para un segundo mandato. Todo quien gane una primera elección presidencial en Estados Unidos en lo primero que piensa, antes de mover un pies hacia delante o hacia los lados o hacia atrás, es en cómo asegurar su reelección, porque de no ser así no entra en la historia política verdadera de Estados Unidos, bien sea en sentido positivo o bien lo sea en el negativo. Lo importante para un político presidencial es cumplir dos mandatos de acuerdo a la Constitución y no los resultados favorables a los sectores más afectados de la economía imperialista estadounidense.
Los presos políticos, es lo más fácil para resolver el nuevo presidente, porque bastaría con trasladarlos a otra región tan segura como Guantánamo; ordenar que se les haga un juicio definitivo y condenarlos a cadena perpetua para después jugar con las condenas como instrumento de chantaje político. No nos olvidemos que la mayoría de los presos son producto de la guerra contra Afganistán y no contra Irak. Obama creerá que el simple hecho de sacarlos de Guantánamo será una victoria política relevante, aunque el resto del mundo no lo crea de esa manera. Nada hace creer que Obama esté dispuesto –quiera Dios uno se equivoque- a poner en libertad a los presos y –especialmente- a devolver Guantánamo al gobierno y pueblo cubanos.
El problema más grave es la guerra en Irak. Este es el talón de Aquiles que se ha vuelto una espada de Damocles para el imperialismo. Bush siempre supo que estaba derrotado por la resistencia del pueblo iraquí, aunque nunca quiso reconocerlo. Irá al Infierno creyendo que su decisión de hacerle la guerra a Irak fue el más prestigioso de sus “triunfos” políticos. Seguramente Satanás le tendrá la respuesta y la historia de la Tierra la sentencia. Jamás entendió que una retirada a tiempo es una victoria para evitar una derrota posterior desastrosa. Nunca leyó nada de la experiencia alemana con Hitler ordenando siempre ofensiva porque consideraba que la defensiva era eternamente una derrota. ¿Y dónde quedó el nazismo hitleriano?: en la fosa de las antigüedades, aunque existe un resurgir del nazismo o fascismo en la Europa actual.
El mundo creerá y, especialmente, el presidente Obama, que retirar las fuerzas invasoras de Irak será una victoria política universal que generará importantes logros para el imperialismo estadounidense. Tal vez, los aplausos y los gritos de felicitación a su decisión le harán olvidar que ese paliativo es incompleto y hasta muy peligroso dejarlo chucuto. El meollo o quid de la cuestión no está simplemente en dar la orden de retirada de las tropas estadounidenses de Irak. Eso se parece mucho a una verdad a medias que resulta siendo una mentira muy peligrosa. La cuestión estriba en también ordenar el retiro de las fuerzas invasoras de Afganistán. De lo contrario el foco de la violencia quedará siempre germinando resistencia, muerte y desolaciones. Sin embargo, Obama tiene la oportunidad inmediata de aplicar su primera y justa decisión política de su primer mandato.
¿Cuál sería esa medida? Sencilla, muy sencillita, pero debe estar dispuesto a lanzarla: proponerle una larga tregua de cesación de la guerra a las fuerzas de resistencia del pueblo iraquí; es decir, de concentrar las fuerzas invasoras en los cuarteles, que no salgan de ese espacio, que se limiten a cuestiones administrativas de sus propias tropas, respetar la tregua en todas y cada una de sus partes acordadas y fijar una fecha exacta para la completa retirada de sus fuerzas. Eso sería sin duda un gran paso de avance en la política imperialista de Obama en búsqueda de solución a los problemas de Irak, que deben ser resueltos por los propios iraquíes y no por fuerzas foráneas. Y en eso hay que ser como santo Tomás: ver para creer.

Israel: el rey Goliat contra varios David
-En homenaje a los niños y niñas de Palestina caídos en el genocidio cometido por el Estado sionista de Israel-
Israel es una nación pequeña pero una gran potencia militar y en ese aspecto es como decir: una nación imperialista, con una economía de elevado desarrollo frente a muchas naciones del Medio Oriente, del mundo árabe o del mundo en general. Es el rey Goliat con armas sofisticadas frente a varios David que sólo cuentan con chinas en sus manos. Lo que hace Israel con la región árabe sólo es comparable –en otros espacios del mundo- con la política invasora que ejecuta el imperialismo estadounidense; y es éste y no otro imperialismo quien alimenta y ordena al sionismo israelita para cometer toda clase de atrocidades contra los árabes.
El sionismo es el nazismo al revés. Si el segundo quiso exterminar a los judíos, el primero quiere exterminar a los árabes. La raza pura sería conformada exclusivamente por los grandes magnates de la economía que dominen el mundo. El problema estriba en que existen pequeños sectores –por ejemplo- de negros y amarillos que son igualmente inmensamente ricos. ¿Qué haría el sionismo con ellos?
Lo que ha hecho y está haciendo el Estado israelita con el pueblo palestino muy poca diferencia tiene con lo que hizo el gobierno de Estados Unidos en Hiroshima y Nagazaki ya Japón vencido completamente a final de la Segunda Guerra Mundial. Genocidio, genocidio atroz, se llama eso y no defensa de ninguna patria ni de ninguna causa de pueblo. Y lo peor, es que continuará cometiendo ese género de atrocidad cada vez que se le ocurra a un alto funcionario del Estado de Israel pensar que algún palestino quiere “destruir” un pedacito de la nación israelita, “matar” a algún israelita, imaginarse que van a lanzar un misil por alguna organización palestina, o, por lo menos, creer que por alguna vía pasen armas para los palestinos. El conflicto palestino-israelita a lo que más se parece es al cuento del “gallo pelón”, es decir, de nunca acabar. El capitalismo no puede subsistir sin esos conflictos que llevan por dentro, de un lado, el afán de dominio territorial y poblacional de unos pocos sobre los muchos y, por el otro, el ansia de emancipación de los muchos contra los pocos. Es en ese contexto donde deben encontrarse las raíces de esa prolongada confrontación entre palestinos y sionistas, que culminará, con el mayor de los éxitos, el día en que se ice la bandera del socialismo en una tierra y en la otra, en un pueblo y en el otro. Lo máximo que puede aspirarse antes es a un tiempo ni de paz ni de guerra, pero con las contradicciones del mundo capitalista tan latentes como el agua que se pone a fuego para que hierva.
Frente a genocidios como el que comete el Estado israelita contra el pueblo palestino no es suficiente protestas de calle ni condenas teóricas en organismos de carácter internacional. Los archivos de la ONU están saturados de condenas contra el terrorismo de Estado israelita y absolutamente nada ha pasado, nada ha frenado la política genocida del sionismo. Más bien, el gobierno de Israel se burla y se ríe de las resoluciones de la ONU, ataca y destruye misiones de la ONU, porque cuenta con el aval de la mayor, más poderosa, peligrosa y belicosa potencia imperialista del planeta: Estados Unidos.
Sin embargo, una potencia militar con una ideología tan genocida como Israel comete sus fechorías impunemente, porque existen realidades en el mundo árabe que le otorgan esa potestad. Toda lucha que se haga en defensa de una patria que no lleve en su entraña la esperanza de construcción de una sociedad socialista, no deja de ser un nacionalismo pernicioso, reducido a la interioridad de unas fronteras que nunca romperán con las cadenas del capitalismo explotador y opresor.
En el mundo árabe existen monarquías que requieren de pueblos súbditos, resignados fieles y buenos esclavos a los intereses económicos de reyes y príncipes (como: Jordania y otros); existen gobiernos bonapartistas que se sustentan en un férreo y despótico aparato burocrático-militar-policial (como Siria, Egipto y otros); existen gobiernos descaradamente serviles a los intereses del imperialismo –especialmente estadounidense- (como Arabia Saudita), en la que permanecen bases militares desde donde se desplazan las tropas invasoras para hacer guerra contra otros pueblos árabes y no árabes. En esas circunstancias es casi imposible (por no decir imposible) que sea frenada la política militarista y genocida del Estado sionista de Israel.
La solución del permanente conflicto bélico entre árabes e israelitas sionistas no estará determinada jamás por los métodos de terrorismo individual o de grupo contra el terrorismo de Estado. Es necesario entender que el meollo esencial es de lucha de clases muy por encima de la característica entre naciones, pueblos o religiones. Es imprescindible que los pueblos del mundo árabe derroquen todos los gobiernos capitalistas y el pueblo israelita haga lo mismo con el gobierno sionista y declaren la instauración de la dictadura del proletariado como inicio del proceso de transición del capitalismo al socialismo. Mientras tanto, valen todas las expresiones internacionales que traten de encontrar fórmulas de coexistencia “pacífica” sin que ningún pueblo, por ello, deje de luchar para hacer su revolución proletaria; y valen todos los gestos de solidaridad que traten de frenar las atrocidades del Estado sionista contra los árabes.
El epa rechaza y condena el genocidio del Estado sionista y se solidariza con la causa del pueblo palestino.
¡¡¡Castigo internacional a los genocidas!!!
¡¡¡No más petróleo árabe para que Estados Unidos e Israel sigan haciendo guerras de exterminio social a los mismos árabes!!!
¡¡¡No más relaciones diplomáticas con gobiernos que utilicen métodos genocidas!!!
¡¡¡Viva el internacionalismo revolucionario como la más avanzada y justa expresión de la solidaridad entre los pueblos por la causa del socialismo!!!


-------------------------------------------------------------------------
¿Qué proponemos aunque no pase de ser un simbolismo irrealizable?

1.- Que gobiernos latinoamericanos que hayan condenado la política guerrerista de Bush y del Primer Ministro de Israel, firmen y hagan público una declaración donde se consideren a ambos criminales personas no gratas en todo el territorio de las naciones firmantes.
2.- Programar, por todos los medios de comunicación posibles y llevarlo a instancias internacionales, acciones solicitando se le abra un juicio a Bush y al Primer Ministro de Israel por crímenes de lesa humanidad.

¡¡¡Sin justicia social, la paz será siempre!!!