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sábado, 26 de diciembre de 2009

EPA




En recordación y homenaje a la otrora gran Revolución Bolchevique de 1917

Hace 92 años se produjo la más importante revolución en el mundo que soñaba con la emancipación de la humanidad. El planeta vibró de entusiasmo en el sentimiento de los muchos, porque se creyó que se abría la página más sublime de la historia de los seres humanos. Atrás, pensaron muchos, había quedado, para el museo de las antigüedades, los recuerdos de la Revolución Burguesa de 1789. Los más importantes y claros dirigentes de la Revolución Bolchevique, con Lenin y Trotsky al frente, pensaron en grande, en lo internacional, en el avance arrollador del proletariado –especialmente- europeo con el de Alemania como vanguardia. El heroísmo de la Revolución se puso de manifiesto derrotando a todos los países imperialistas y a todos los contrarrevolucionarios que intentaron, por la vía de las armas, derrumbarla en pocos meses o años. Temprano marchó Lenin al sepulcro; temprano enviaron al ostracismo a Trotsky; temprano fueron silenciados los soviets y el partido fue convertido en un aparato al servicio de la autocracia; temprano fueron siendo eliminados uno por uno aquellos seres que soñaron con la redención del mundo siguiendo el ejemplo del proletariado ruso; temprano se sentaron las bases para el futuro derrumbamiento de la excelsa Revolución Rusa, de Octubre o Bolchevique. Siete décadas, luego, la Revolución fue calcinada fracturando a la URRS, abriéndole los brazos y aferrándose a ellos la esperanza de emancipación fue vencida por los rigores del capitalismo incrustados en la carne, los huesos y la sangre de la burocracia soviética. Hoy, nueve décadas y dos

Especial de noviembre de 2009

años, ya casi nadie recuerda la grandeza de esa Revolución que intentó tomar todo el Cielo por asalto y darle a la humanidad la capacidad y la potestad de emancipar a todos los explotados y oprimidos en la Tierra.

Mucho se ha escrito y dicho sobre ese histórico fenómeno social. Hoy queremos rendirle un homenaje a ese magno evento, a sus hombres y mujeres, al proletariado de ese tiempo, al partido de esos años y, especialmente, a todos los que cayeron esperanzados que su esfuerzo y sacrificio conduciría al mundo a una nueva formación económico-social de verdadera redención social. En esta oportunidad (salvando los tiempos, los cambios y las realidades) queremos hacer uso de un apéndice dedicado a la famosa y desastrosa teoría conocida como “El socialismo en un solo país”, porque ésta mucho contribuyó al derrumbamiento de la más grandiosa Revolución que haya conocido la humanidad hasta el sol de hoy. Apéndice que fue publicado hace más de seis décadas y que su esencia continúa teniendo vigencia para el estudio de cualquier Revolución que pretenda tener como su horizonte el socialismo.


Que cada lector adapte o desadapte el contenido como le parezca mejor; tome de él lo que considere conveniente y deseche lo demás, no importa. Lo correcto es reflexionar sobre su contenido por lo valioso que posee al servicio de la teoría marxista, de la lucha por el socialismo y la construcción de éste. Es todo.


Trotsky, Lenin y Kamenev

El socialismo en un solo país

“Las tendencias reaccionarias a la autarquía constituyen un reflejo defensivo del capitalismo senil a la tarea con que la historia se enfrenta: liberar a la economía de las cadenas de la propiedad privada y del Estado nacional, y organizarla sobre un plan conjunto en toda la superficie del globo.

La <declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado>, redactada por Lenin y sometida por el Consejo de Comisarios del Pueblo a la sanción de la Asamblea Constituyente en las escasas horas que ésta vivió, definía en los siguientes términos <la tarea esencial> del nuevo régimen: <el establecimiento de una organización socialista de la sociedad y la victoria del socialismo en todos los países>. De manera que el internacionalismo de la revolución fue proclamado en el documento básico del nuevo régimen. Nadie se hubiera atrevido, en ese momento, a plantear el problema en otros términos. En abril de 1924, tres meses después de la muerte de Lenin, Stalin escribía en su compilación sobre Las bases del leninismo: <Bastan los esfuerzos de un país para derribar a la burguesía; la historia de nuestra revolución lo demuestra. La victoria definitiva del socialismo, para la organización de la producción socialista, los esfuerzos de un solo país, sobre todo si es campesino como el nuestro, son ya insuficientes: se necesitan los esfuerzos reunidos del proletariado de varios países avanzados>. Estas líneas no necesitan comentario. Pero la edición en la que figuran ha sido retirada de la circulación. Las grandes derrotas del proletariado europeo y los primeros éxitos, muy modestos a pesar de todo, de la economía soviética, sugirieron a Stalin en el otoño de 1924 que la misión histórica de la burocracia era construir el socialismo en un solo país. Se entabló una discusión alrededor de este problema que pareció escolástico a muchos espíritus superficiales pero que, en realidad, reflejaba la incipiente degeneración de la III Internacional y preparaba el nacimiento de la IV.

El ex comunista Petrov, a quien ya conocemos, actualmente emigrado blanco, relata, según sus propios recuerdos, cuán áspera fue la resistencia de los jóvenes administradores hacia la doctrina que hacía depender a la URRS de la revolución internacional: <¡Cómo! ¿No podemos hacer nosotros mismos la felicidad de nuestro país? Si Marx piensa otra cosa, no importa, no somos marxistas, somos bolcheviques de Rusia>. Al recordar las discusiones de 1923-1926, Petrov añade: <Actualmente, no puedo menos que pensar que la teoría del socialismo en un solo país es una simple invención estalinista>. ¡Exacto! Traducía exactamente el sentimiento de la burocracia que, al hablar de la victoria del socialismo, se refería a su propia victoria.

Para justificar su ruptura con la tradición del internacionalismo marxista, Stalin tuvo la imprudencia de sostener que Marx y Engels habían ignorado… la ley del desarrollo desigual del capitalismo, supuestamente descubierta por Lenin. Esta afirmación debería ocupar el primer lugar en nuestro catálogo de curiosidades intelectuales. La desigualdad del desarrollo marca toda la historia de la humanidad, y más particularmente la del capitalismo. El joven historiador y economista, Solntsev –militante extraordinariamente dotado y de una rara calidad moral, muerto en las prisiones soviéticas perseguido por su adhesión a la Oposición de Izquierda-, escribió en 1926 una excelente nota sobre la ley del desarrollo desigual, tal como se encuentra en la obra de Marx. Naturalmente que este trabajo no pudo publicarse en la URRS. Razones opuestas hicieron que se prohibiera la obra de un socialdemócrata alemán –Vollmar- enterrado y olvidado hace largo tiempo, quien sostuvo, ya en 1878, que un <Estado socialista aislado> era posible –refiriéndose a Alemania, no a Rusia- e invocando la <ley> del desarrollo desigual, que se nos dice era desconocida hasta Lenin.

George H. Vollmar escribía:

<El Socialismo implica relaciones económicamente desarrolladas, y si la cuestión se limitara tan sólo a ellas, el socialismo debería ser más fuerte donde el desarrollo económico es mayor. En realidad, el problema se plantea de otro modo. Inglaterra es indudablemente el país más avanzado desde el punto de vista económico y, sin embargo, el socialismo es allí muy secundario, mientras que en Alemania, país menos desarrollado, se ha transformado en una fuerza tal que la vieja sociedad ya no se siente segurota…>. Vollmar continuaba, después de haber indicado el poder de los factores que determinan los acontecimientos: (…). La hipótesis de una victoria simultánea del socialismo en todos los países civilizados está completamente excluida, lo mismo que la de la imitación por los otros países civilizados del ejemplo del Estado que se haya dado una organización socialista (…). Así llegaremos al Estado socialista aislado que espero haber probado que, si no la única posibilidad, al menos la más probable>. Esta obra, escrita cuando Lenin tenía ocho años, da una interpretación de la ley del desarrollo desigual mucho más justa que las de los epígonos soviéticos a partir de 1924. Notemos que Vollmar, teórico de segunda categoría, no hacía más que comentar las ideas de Engels, a quien, se nos ha dicho, la ley del desarrollo desigual le era desconocida.

El > ha pasado desde hace largo tiempo del dominio de la hipótesis al de la realidad, no en Alemania, sino en Rusia. El hecho de su aislamiento expresa precisamente el poder relativo del capitalismo mundial y la debilidad relativa del socialismo. Entre el Estado aislado y la sociedad socialista, desembarazada para siempre del Estado, queda por franquear una gran distancia que corresponde justamente al camino de la revolución internacional.

Beatrice y Sydney Webb nos aseguran, por su parte, que Marx y Engels no creyeron en la posibilidad de una sociedad socialista aislada, por la simple razón de que (neither Marx nor Engels had ever dreamed) instrumento tan poderoso como el monopolio del comercio exterior. No se pueden leer estas líneas sin embarazo por personas de edad tan avanzadas. La nacionalización de los bancos y de las sociedades mercantiles, de los ferrocarriles y de la flota mercante, es tan indispensable para la revolución social como la nacionalización de los medios de producción, incluyendo las industrias de la exportación. El monopolio del comercio exterior no hace más que concentrar en manos del Estado los medios materiales de la importación y la exportación. Decir que Marx y Engels nunca pensaron en ello, es decir que no pensaron en la revolución socialista. Para colmo de desdichas, el monopolio del comercio exterior es, para Vollmar, uno de los recursos más importantes del . Marx y Engels hubieran podido aprender el secreto en este autor, si él no lo hubiera aprendido de ello.

La del socialismo en un solo país, que Stalin no expone ni justifica en ninguna parte, se reduce a la concepción, extraña a la historia y más bien estéril, de que las riquezas naturales permiten que la URRS construya el socialismo dentro de sus fronteras geográficas. Se podría afirmar, igualmente, que el socialismo vencería si la población del globo fuese dos veces menor de lo que es. En realidad, la nueva teoría trataba de imponer a la conciencia social un sistema de ideas más concreto: la revolución ha terminado definitivamente; las contradicciones sociales tendrán que atenuarse progresivamente; el campesino rico será asimilado poco a poco por el socialismo; el conjunto de la evolución, independiente de los acontecimientos exteriores, seguirá siendo regular y pacífico. Bujarin, intentando dar algún tipo de fundamento a la teoría, declaró que estaba probado contra toda duda que <las diferencias de clase en nuestro país o la técnica atrasada no nos conducirán al fracaso; podemos construir el socialismo aun en este terreno de miseria técnica; su crecimiento será muy lento, avanzaremos a paso de tortuga pero construiremos el socialismo y lo terminaremos…>. Subrayemos esta fórmula: <Construir el socialismo sobre una base de técnica miserable> y recordemos una vez más la genial intuición del joven Marx: con una base técnica débil <sólo se socializa la necesidad, y la penuria provocará necesariamente competencias por los artículos necesarios que harán que se regrese al antiguo caos>.

En abril de 1926, la Oposición de Izquierda propuso a una asamblea plenaria del Comité Central la siguiente enmienda a la teoría del paso de tortuga: <Sería radicalmente erróneo creer que se puede ir hacia el socialismo a una velocidad arbitrariamente decidida cuando se está rodeado por el capitalismo. El progreso hacia el socialismo sólo estará asegurado cuando la distancia que separa a nuestra industria de la industria capitalista avanzada (…) disminuya evidente y concretamente, en lugar de aumentar>. Con mucha razón, Stalin consideró esta enmienda como un ataque <enmascarado> contra la teoría del socialismo en un solo país y rehusó categóricamente relacionar la velocidad de la edificación con las condiciones internacionales. La versión estenográfica da su respuesta en los siguientes términos: <El que haga intervenir en este caso el factor internacional, no comprende cómo se plantea el problema y embrolla todas las nociones, sea por incomprensión, sea por deseo consciente de sembrar la confusión>. La enmienda de la Oposición fue rechazada.

La ilusión de un socialismo que se construye suavemente –a paso de tortuga- sobre una base de miseria, rodeado por enemigos poderosos, no resistió largo tiempo los golpes de la crítica. En noviembre del mismo año, la XV Conferencia del partido reconoció, sin la menor preparación en la prensa, que era necesario <alcanzar en un plazo histórico relativamente (?) mínimo, y sobrepasar, enseguida, el nivel de desarrollo industrial de los países capitalistas avanzados>. La Oposición de Izquierda fue, en todo caso, <sobrepasada>. Pero aunque dieran la orden de <alcanzar y sobrepasar> al mundo entero en un <plazo relativamente mínimo>, los teóricos que la víspera preconizaban la lentitud de la tortuga, eran prisioneros del <factor internacional> tan temido por la burocracia. Y la primera versión de la teoría estalinista, la más clara, fue liquidada en ocho meses.

El socialismo tendrá que <sobrepasar> ineludiblemente al capitalismo en todos los dominios, escribía la Oposición en un documento repartido ilegalmente en marzo de 1927, <pero en este momento no se trata de las relaciones del socialismo con el capitalismo en general, sino del desarrollo económico de la URRS con relación al de Alemania, de Inglaterra, de los Estados Unidos. ¿Qué hay que entender por un plazo histórico mínimo? Quedaremos lejos del nivel de los países capitalistas avanzados durante los próximos períodos quinquenales. ¿Qué sucederá en este tiempo en el mundo capitalista? Si admitimos que pueda disfrutar de un nuevo período de prosperidad que dure algunas decenas de años, hablar del socialismo en nuestro atrasado país será una triste necesidad; tendremos que reconocer que nos engañamos al considerar nuestra época como la de la putrefacción del capitalismo. En este caso, la república de los soviets será la segunda experiencia de la dictadura del proletariado, más larga y más fecunda que la de la Comuna de París, pero al fin y al cabo una simple experiencia(…) ¿Tendremos razones serias para revisar tan resueltamente los valores de nuestra época y el sentido de la revolución internacional? No. Al concluir su período de reconstrucción (después de la guerra), los países capitalistas vuelven a encontrarse con todas sus antiguas contradicciones interiores e internacionales, pero aumentadas y agravadísimas. Esta es la base de la revolución proletaria. Es un hecho que estamos construyendo el socialismo. Pero como el todo es mayor que la parte, también es un hecho no menos cierto, pero mayor, que la revolución se prepara en Europa y en el mundo. La parte sólo podrá vencer con el todo (…).

<El proletariado europeo necesita un tiempo mucho menos largo para tomar el poder que el que nosotros necesitamos para superar, desde el punto de vista técnico, a Europa y América… Mientras tanto, tenemos que aminorar sistemáticamente la diferencia entre el rendimiento del trabajo en nuestro país y el de los otros. Cuanto más progresemos, estaremos menos amenazados por la posible intervención de los bajos precios y, en consecuencia, por la intervención armada (…). Cuanto más mejoremos las condiciones de la existencia de los obreros y de los campesinos, con mayor seguridad precipitaremos la revolución en Europa, más rápidamente esta revolución nos enriquecerá con la técnica mundial y más segura y completa será nuestra edificación socialista como una parte de la construcción de Europa y del mundo>. Este documento, como muchos otros, quedó sin respuesta, a menos que se hayan considerado como tal las exclusiones del partido y los arrestos.

La ley del desarrollo desigual tuvo por resultado que la contradicción entre la técnica y las relaciones de propiedad del capitalismo provocara la ruptura de la cadena mundial en su eslabón más débil. El atrasado capitalismo ruso fue el primero que pagó las insuficiencias del capitalismo mundial. La ley del desarrollo desigual se une, a través de la historia, con la del desarrollo combinado. El derrumbe de la burguesía en Rusia provocó la dictadura del proletariado, es decir, que un país atrasado diera un salto hacia adelante con relación a los países avanzados. El establecimiento de las formas socialistas de la propiedad en un país atrasado tropezó con una técnica y una cultura demasiado débiles. Nacida de la contradicción entre las fuerzas productivas mundiales altamente desarrolladas y la propiedad capitalista, la Revolución de Octubre engendró a su vez contradicciones entre las fuerzas productivas nacionales, demasiado insuficientes, y la propiedad socialista.

Es verdad que el aislamiento de la URRS no tuvo las graves consecuencias que eran de tenerse: el mundo capitalista estaba demasiado desorganizado y paralizado para manifestar todo su poder potencial. La <tregua> ha sido más larga de lo que el optimismo crítico hacía esperar. Pero el aislamiento y la imposibilidad de aprovechar los recursos del mercado mundial aun cuando fuese sobre bases capitalistas (ya que el comercio exterior había caído a una cuarta o quinta parte de lo que era en 1931), no sólo obligaban a hacer enormes gastos en la defensa nacional, sino que provocaban uno de los más desventajosos repartos de las fuerzas productivas y un lento crecimiento del nivel de vida de las masas. Sin embargo, la plaga burocrática ha sido el producto más nefasto del aislamiento.

Las normas políticas y jurídicas establecidas por la revolución ejercen, por una parte, una influencia favorable sobre la economía atrasada y sufren, por otra, la acción deprimente de un medio atrasado. Cuanto más largo sea el tiempo que la URRS permanezca rodeada por un medio capitalista, más profunda será la degeneración de los tejidos sociales. Un aislamiento indefinido provocaría infaliblemente no el establecimiento de un comunismo nacional, sino la restauración del capitalismo.

Si la burguesía no puede dejarse asimilar pacíficamente por la democracia socialista, el Estado socialista, por su parte, tampoco puede fusionarse pacíficamente con un sistema capitalista mundial. El desarrollo socialista pacífico de <un solo país> no está en el orden del día de la historia; una larga serie de trastornos mundiales se anuncia: guerras y revoluciones. En la vida interior de la URRS también se anuncian tempestades inevitables. En su lucha por la economía planificada, la burocracia ha tenido que expropiar al kulak; en su lucha por el socialismo, la clase obrera tendrá que expropiar a la burocracia sobre cuya tumba podrá escribir este epitafio: <Aquí yace la teoría del socialismo en un solo país>” Autor: (León Trotsky)

En memoria de la Revolución de Octubre

Cuando se acercó la primera aurora del año 2001, casi nadie recordaba, para bien, aquella epopeya cristalizada por una legión de más o menos treinta mil hombres y mujeres que tomaron el poder político, en la Rusia burguesa que seguía teniendo sus raíces del zarismo, una madrugada del 24 de octubre de 1917 y que luego, pasó a conmemorarse en el mes de noviembre. Casi de manera silenciosa como si fuera la emboscada más perfecta y sin ninguna ansia de sangre, los bolcheviques y los obreros y los soldados encendidos de espíritu revolucionario ocuparon sin gastar balas las instituciones fundamentales del Estado ruso. Los obreros (proletarios del capitalismo) y al frente el Partido Bolchevique, con Vladimir Lenin como su principal ideólogo y para el momento clandestino y León Trotsky a la cabeza de los soviets, cumplieron a cabalidad la histórica y gloriosa jornada insurreccional que los llevó a implantar la primera y más genuina dictadura del proletariado en el mundo.

Un largo, penoso y complejo periodo de intensas luchas y sacrificios habían padecido los obreros, los campesinos, los verdaderos demócratas y revolucionarios rusos bajo la autocracia de los zares. En febrero de 1917, se había producido la revolución burguesa. Kerensky era el ídolo de la burguesía y los partidos comprometidos con los tuétanos del régimen capitalista. Ocho meses bastaron para que las condiciones objetivas y subjetivas se armonizaran en una perfecta relación dialéctica, y pudieran los obreros, campesinos, militares inconformes y los revolucionarios, crear esa fuerza que se hace invencible cuando se dispone darlo todo por el triunfo de la causa de la justicia y la libertad.

Alemania había tomado la iniciativa en desatar la conocida Primera Guerra Mundial. Las necesidades económicas del imperialismo exigían reparto, dominio y saqueo de las riquezas del mundo. Marx y Engels, desde mitad del siglo XIX, habían legado para el proletariado la doctrina más científica, dialéctica y revolucionaria que los dotaba de teoría para la lucha de clases. El viejo sabio Marx se había dormido para siempre creyendo que la revolución proletaria primero se haría en los tres países capitalistas más avanzados de Europa (Alemania, Francia e Inglaterra) y, posteriormente, recorrería el mundo entero a pasos de vencedor. La revolución proletaria, como toma del poder político, se produjo, por el contrario, en la nación más atrasada del capitalismo europeo y el proceso de transición del capitalismo al socialismo sería más sangriento y complejo: Rusia.

En medio de un cerco de guerra imperialista comenzó el periodo de gateo de la revolución. Un <comunismo de guerra> se hizo necesario. Forzar u obligar, por el imperio de la necesidad, a los obreros a realizar cuotas de sacrificio y dar su sangre esperanzados en un futuro digno para su existencia se constituyó en la piedra angular de la revolución en sus primeros años. El imperialismo, unificado por sus profundos lazos de expoliación y saqueo, hizo todo cuanto pudo para que la revolución proletaria se derrumbara en el plazo más corto posible.

La resistencia victoriosa de la Revolución de Octubre, Rusa o Bolchevique como se le identificó, trajo un periodo de calma en que las fuerzas imperialistas optaron por un repliegue y buscar otros mecanismos de contrarrevolución. Así se fue haciendo, unificados muchos pueblos o regiones, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas una potencia capaz de disputarse la supremacía del globo con el campo capitalista imperialista.

La burocracia, ya desaparecida la legión de los mejores bolcheviques, fue extendiendo sus tentáculos y abarcando todos los espacios de la revolución. Se fue haciendo termidoriana dando triunfo a las fuerzas del cesarismo. El poder no era del proletariado sino de la autocracia. La democracia se reducía a los círculos más allegados y serviles a la cúpula de un Buró Político y un Secretario General que todo lo pensaban y todo lo decidían inconsultamente. La casta burocrática se armó de todo el poder y despojó a los soviets de sus instrumentos de fuerza para que se extinguieran en perjuicio del proceso revolucionario. El stalinismo se hizo <doctrina> y sometió a la hoguera las verdaderas expresiones del pensamiento social revolucionario. El socialismo se medía por el tipo de carro en que se desplazaban los miembros del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética. Todo indicaba la fracturación, en muchos pedazos, de la clase obrera que vivía en denigrante condiciones socioeconómicas con respecto a la casta burocrática que se hizo dueña del poder y de la mayor parte de la riqueza en la distribución.

El <socialismo> de la Unión Soviética, lo juraban los termidorianos stalinistas y sus embajadores de la mentira repartidos por el mundo entero, avanzaba tan seguro y arrollador que se puso de moda la teoría del <desarrollo del socialismo en un solo país>. Así la revolución, pensada y actuada a la manera stalinista, se olvidaba que la economía es mundial y que el capitalismo globaliza la miseria y el dolor mientras desglobaliza la riqueza y el privilegia, aunque no lo quieran las conciencias de los comunistas. La Unión Soviética nunca pudo demostrar que había sobrepasado los niveles fundamentales del desarrollo del capitalismo altamente desarrollado. Su mundo seguía siendo un proceso transicional donde los elementos del capitalismo resistían victoriosamente en su lucha contra los socialistas.

La Segunda Guerra Mundial trajo un gran respiro a la Unión Soviética porque pudo exportar la revolución con toda su metodología stalinista de pensar y de actuar. El mundo quedó prácticamente dividido en dos polos. Guerras calientes y guerras frías se disputaban la supremacía del planeta y de los espacios exteriores. El socialismo, como régimen profundamente humano de vida y de la solidaridad, no cristalizaba. Lo habían desvirtuado y degenerado casi por completo. La autocracia se nutre de una burocracia y una fuerza que debe legitimar el silencio y la sumisión para que nada le obstruya y se oponga. Nada tiene que ver esas cosas con el socialismo. Este es emancipación del hombre y la mujer y no despotismo para gobernarlos.

Un pueblo amordazado siempre es inconforme aunque mucho se invierta en el silencio. Los pilares que sustentan una autocracia se van roturando por las torpezas propias de su entraña. Los desaciertos se acumulan y se dividen buscándole culpables y las ansias de libertad se van multiplicando. La Unión Soviética demostró que su régimen no era socialista sino un termidor burocrático que se apropiaba del trabajo de los proletarios que sí soñaban con hacer real su comunismo humanitario pero carecían de poder y de recursos. El capitalismo imperialista esperaba la vuelta de la Unión Soviética, fracturada, con sus brazos abiertos. El muro de Berlín era una vergüenza y una semblanza de opresión y no de libertad.

Se hizo grito de libertad el largo silencio de opresión. Se derrumbó el muro de Berlín. La perestroika y el glasnov se hicieron llaves para abrir los candados de las rejas que aprisionaban el alma de millones de hombres y mujeres que clamaban por libertad. Así hizo la autocracia stalinista que volviera el capitalismo a ofrecer lo que nunca puede cumplir pero que el <socialismo en un solo país> jamás pudo demostrar como bien común. Así también nació un tiempo en que se unieron ideólogos de distintas tendencias para comulgar con las mismas consignas de aseveraciones: , y .

Entramos ya al tercer milenio cargando un mundo globalizado que camina sin piedad incrementando la miseria social, expoliando irracionalmente las riquezas, premiando la desigualdad que privilegia a la minoría y castiga a la mayoría, haciendo del hombre un lobo contra el hombre, mutilando largos y costosos sueños de redención para que unos pocos gobiernen y disfruten la vida en detrimento de muchos que sólo a duras penas sobreviven. En ese mundo, ahora más que nunca y escribimos para los adultos, en nombre de todos los niños empobrecidos del planeta, es cuando cobra mayor vigencia el arma espiritual del marxismo y la esperanza material del socialismo. Sólo este régimen puede hacernos flotar victoriosos para alcanzar una cultura universal que nos emancipe de todo sistema de injusticias y desigualdades sociales.

La otrora y derrumbada Revolución Rusa, aun cuando sirve de ejemplo para que galopen con aparentes triunfos los capitalistas actuales dueños del mundo, también ha dejado una secuela de signos que nos iluminan que la evolución y sus saltos históricos nos prometen un destino de emancipación social. Toda época exige sus costosos esfuerzos y sacrificios. Los que hoy vivimos este mundo donde impera el irracionalismo, la explotación y la opresión del hombre por el hombre, tenemos la obligación de pagar nuestra cuota de lucha para que el porvenir llegue al punto de dignidad en que todos los huertos serán floridos y la felicidad humana se extenderá invencible por todos los ámbitos del planeta. El pensamiento y la obra genuinos de la otrora y derrumbada Revolución Rusa, Bolchevique o de Octubre siguen andando. Su cadáver, incinerado por el stalinismo y el imperialismo, no pudo evitar que se expandieran esas partes de las cenizas que recogieron y simbolizan la esencia de aquellos obreros, campesinos, hombres y mujeres (como Lenin, Sverlov, Trotsky, Rosa Luxemburgo y tantos otros), que desde el fondo de su alma brotaron las esperanzas de redención para que el mundo entero se emancipara y reinara el imperio de la libertad sobre el imperio de las necesidades.

Necesitamos un poco de Hu Shi

Vivimos un período interesante e intenso de nuestra historia en que por vez primera se producen grandes batallas públicas en el campo de las ideas haciendo valer los derechos a la libertad de palabra y de pensamiento, sin que los gendarmes que persiguen la literatura marxista tengan a su disposición un tribunal de la Inquisición que condene, por adherencia a la rebelión u ofensa al sagrado principio ideológico del burgués pensar y decidir por los pobres, a los participantes de las mismas.

Todo proceso revolucionario está obligado a prestar atención al lenguaje de las masas sin que tenga por deber asumir el del nivel más bajo como la bandera de sus discursos. Está demostrado que el pueblo hace conciencia desde fuera como desde dentro. Y que en situación revolucionaria nadie asimila como él la esencia más revolucionaria del ideal que le sirve de bandera ideológica para su lucha por los objetivos que le liberan de sus explotadores y opresores. Aquel intelectual que cree que mucho enseña al pueblo y que éste nada tiene que enseñarle, termina ahogándose en sus propias inconsistencias. Grandes y valiosos intelectuales del marxismo, como Plejanov y Kautsky, terminaron dando la espalda a la necesidad histórica porque jamás quisieron confundirse con las masas en las luchas por la revolución.

El lenguaje es fundamental para el entendimiento humano y, especialmente, en el campo de la política o de la ideología. Marx decía que cuando la teoría prende en la conciencia de las masas se hace práctica social. Lenin decía que sin teoría revolucionaria no existe movimiento revolucionario. Los intelectuales que pretendan crear conciencia en las masas agarrándose exclusivamente del academicismo en la enseñanza, siempre se encontrarán con un muro inexpugnable y las palabras se pierden entre las alas del viento que en ese momento pase aunque sea rozando las cabezas de todos los instructores de la teoría. Las masas no disponen del tiempo que utilizan los intelectuales para el estudio, la investigación y la reflexión de los hechos ni de las ciencias. Pero en verdad las ideas influyen en los procesos aunque no los determinen. De allí la importancia de la ideología o de la conciencia formada. Para éstas es imprescindible tomar en cuenta el lenguaje con que se expresan las masas y que no tiene parecido con el propio de las ciencias. Si un intelectual escribe sus libros, inspirado en que sea leído y estudiado por las masas para crearle conciencia, sólo tomando en consideración su propio lenguaje científico y sin tomar en cuenta el lenguaje en que habla la mayoría del pueblo, resulta un trabajo baldío, una obra mutilada desde su inicio y no se llegará a la esencia del propósito. Precisamente la burguesía sabe que es en filosofía donde el proletariado resulta más débil para su formación, porque la terminología viene siendo como un kilómetro de estopa que la clase obrera en su conjunto no se ocupará, por muchas razones, de desenredar en el capitalismo.

El proceso bolivariano, prometiendo el socialismo como alternativa frente al capitalismo, debe ir acompañado también de un proceso nuevo de literatura que en una importante medida se fundamente en el espíritu de Hu Shi; es decir, que las obras se escriban en la lengua que hable y entienda el pueblo (sin uso del vulgarismo chabacano) y no en la lengua que hasta ahora han escrito los intelectuales de la filosofía. La conocida “revolución literaria” en China, comenzando el año en que se producen dos revoluciones en Rusia -1917-, la propició Hu Shi al solicitar que se empleara la lengua baihua (la comprendida por el pueblo) y no la lengua escrita (wenyan) (utilizada por los letrados), de manera que las obras literarias se hicieran accesibles a todos, y, además, estuvieran ligadas de modo mucho más directo a la vida del pueblo.

No se trata de eliminar el carácter científico de la literatura, ni menos de buscarle sinónimos que descalifiquen la esencia de su contenido. Se trata de aplicar un estilo mucho más simple, claro y substancial que le imprima popularidad, que un elevado porcentaje del pueblo sea capaz de entenderlo y, además, que motive a éste para la lectura.


¡¡¡Sin justicia social, la paz será siempre una utopía!!!



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